Movimiento.
Cuando calló la última hoja del árbol ya no había verde, ni café, ni blanco; no había sonidos estorbosos ni pensamientos repentinos. El viento, pesado en su rapidez indiferente apenas podía tocar las mejillas rojas por el frío que se esforzaban por mantenerse quietas mientras el cuerpo, como revelándose, temblaba de vez en cuando. Primero el dedo medio de la mano derecha, luego el hombro izquierdo, la espalda, una pierna, el pecho, los párpados; cada parte se estremecía independiente, rebelde, fugaz y obstinada de la muerte que representaba la quietud. Quería que su cuerpo fuera un espejo burlesco del movimiento infinito del mundo, de la rapidez del tiempo y la falta de estática en los ojos de los demás. Tenía la plena certeza de que solo en la completa falta de movimiento se escucharía gritando sin necesidad de mover los labios y entendería esa virtud que la gente había llamado amor y que ella conocía como tristeza. Estaba cansada, hastiada de la repetida serie de pasos que...