La veritá del Viejo.
El único momento en su vida en el que se sintió asustado fue cuando se le acabaron las palabras. Ya hace tiempo se le había acabado la imaginación y la imaginería, las cabalgatas lúcidas y los bailes frescos; Hace tiempo ya había botado por falta de uso su corazón, su hígado y sus pulmones, pero no su boca, esa era preciada y ahora ya no le servía más. Su lengua, antaño intrépida y musculosa, aventurera nata y saltarina sin fin, ahora se encontraba lenta, tiesa, quieta y triste. Sus labios, siempre corriendo, siempre haciendo correr, hoy ya no podían mover el viento para soplar desventuras pasadas ni fantasmas oblicuos; era la debilidad de las tildes, la franqueza quebrada de las comas al final de un párrafo y la hipocresía de los puntos finales a mitad de la oración lo que quedaba, lo que le dejó La Veritá. Había gastado su vida en conversaciones profundas, en palabras pausadas, en desconocidos infinitos y sonrisas a desnivel por encima de sus zapatos. Había vivido feliz ...