Asido
Y entonces me di cuenta que estaba detenido en el tiempo, como impreciso en la velocidad infinita de los pasos impropios y el cansancio ajeno. Noté al mirar al cielo que había parado de llover, pero las gotas, sin dejar de caer del cielo, me humedecían las ganas de correr lejos y esconderme en un lugar sin futuro ni fracasos; ya no había tormenta para nadie, pero esa enfermiza calma en los corazones me enfermó las venas más profundas del cuerpo, y me silenció los pulmones un segundo, dejándolos en pausa, volviéndome incapaz de respirar. Me había detenido sin dejar de andar y como en una inercia innecesaria se me había ido por el sifón el sentimiento de alegría al verle los ojos. Allí estaba yo, mirándola sin saber cómo ni por qué había dejado de amarla, de amarme, sin entender cómo sus ojos ya no brillaban ni sonreían sus labios ahora pálidos y sin vida. Allí estaba, frenado, averiado, desenchufado, desconectado de absolutamente todo menos de mí; podía sentir mis latidos,...