Asido



Y entonces me di cuenta que estaba detenido en el tiempo, como impreciso en la velocidad infinita de los pasos impropios y el cansancio ajeno. Noté al mirar al cielo que había parado de llover, pero las gotas, sin dejar de caer del cielo, me humedecían las ganas de correr lejos y esconderme en un lugar sin futuro ni fracasos; ya no había tormenta para nadie, pero esa enfermiza calma en los corazones me enfermó las venas más profundas del cuerpo, y me silenció los pulmones un segundo, dejándolos en pausa, volviéndome incapaz de respirar. 

Me había detenido sin dejar de andar y como en una inercia innecesaria se me había ido por el sifón el sentimiento de alegría al verle los ojos. Allí estaba yo, mirándola sin saber cómo ni por qué había dejado de amarla, de amarme, sin entender cómo sus ojos ya no brillaban ni sonreían sus labios ahora pálidos y sin vida. Allí estaba, frenado, averiado, desenchufado, desconectado de absolutamente todo menos de mí; podía sentir mis latidos, mi respiración abrupta, mi parpadeo constante. Podía imaginar mi sangre fluyendo incolora y mis intestinos moviéndose a placer por mi estómago.

En ése momento, podía sentirme, pero había dejado de sentir a los demás. No podía imaginar que sentía al verme, ni de qué parte de su cuerpo salían las lágrimas que se intentaba tragar, no podía oler su dolor a la distancia, ni escuchar sus gritos sordos rasgándole el corazón. Yo ya no sentía su dolor ni su pena, yo ya no podía sentir más que mis propios labios, mi saliva tibia, mi lengua larga y mis dientes torcidos. 

La desazón llegó a aislarme, a ensordecerme y a esconder el ruido de los carros que pitaban; ya no entendía palabra alguna, ya no escuchaba a nadie, ya no sentía nada, y cada cuerpo era insípido, cada caricia raspaba, cada beso dejaba un mal sabor. Yo la había dejado y aun así era yo quién se había roto el alma en mil pedazos; yo la había abandonado en el mundo, y como en una broma asesina, los colores del mundo ya no penetraban mis ojos y todo parecía gris.

No supe si fue feliz o tuvo secuelas baratas, no supe nunca si me soñó otra vez o lloro cada mañana al despertarse, no supe si se había ido lejos o se mantenía justo entre las calles rotas de la ciudad perdida. Yo nunca supe si fui feliz o tuve secuelas baratas, tampoco me enteré si soñé con ella o si acaso me desperté inquieto. Yo nunca supe si me fui o me mantuve justo ahí, intacto, perdido, asido.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lo que Aguanta un Diciembre sin Sombras.

Luces recurrentes para gymnopédies