Visita Última.
La última vez que la vi estaba sentada como estática en una de las muchas sillas de cemento que rodean la ciudad, justo en el centro del parque que tiene debajo, pavimentados como decoración escondida y oscura, cientos de cadáveres sin nombre que no recibieron nunca ninguna atención de nadie, y que hoy veinte años después, como en ese entonces, casi nadie recuerda ni sabe que existieron. Estaba aletargada, confusa, medio drogada por el polvo que levanta la indigencia y la prisa sin nombre de los que pasan por allí; era el parque triste en el centro de la ciudad triste, la capital de un país triste, en el centro de un continente que no deja de llorar. Creo que ni siquiera notó mi presencia la hora y media que estuve mirándola. Ya habían pasado cuatro años desde que la conocí y apenas dos meses desde que dejé de verla, sumido por una tristeza absoluta que me rogaba que me alejara, dejándola hundirse al darme cuenta que cualquier esfuerzo era inútil para sacarla de su propia pi...