Una vulgar analogía a la tristeza.
Y fue el deterioro constante, natural y palpable lo único que alcanzó a ver por entre las rejas de una cárcel invisible. Las mil y una lunas que no alcanzaban para pagar la renta ni para hacer soñar; eran ya las 2 de la madrugada, el alcohol no hacía efecto y las sonrisas, desdibujadas en la vulgaridad próxima de la embriaguez temprana, nos daban como consuelo un silencio repetitivo, cansado. La derrota era simbólica, estrambótica, sutil. Se trataba de los poemas mal escritos y la incapacidad de salir de una dirección inequívoca, prudente. Se trataba de darle continuidad a la periferia que sin mapas nos atormenta, nos envuelve y nos convierte en centros de memoria, en observatorios que con los ojos expuestos se mantienen felices para no perder la fe. Habían heridas que se alimentaban de las caídas diarias, de los resbalones intencionales y los golpes amigables que rompen costillas, que estremecen el alma. Habían traiciones servidas, mentiras pendencieras y tej...