Una vulgar analogía a la tristeza.



Y fue el deterioro constante, natural y palpable lo único que alcanzó a ver por entre las rejas de una cárcel invisible. Las mil y una lunas que no alcanzaban para pagar la renta ni para hacer soñar; eran ya las 2 de la madrugada, el alcohol no hacía efecto y las sonrisas, desdibujadas en la vulgaridad próxima de la embriaguez temprana, nos daban como consuelo un silencio repetitivo, cansado. 

La derrota era simbólica, estrambótica, sutil. Se trataba de los poemas mal escritos y la incapacidad de salir de una dirección inequívoca, prudente. Se trataba de darle continuidad a la periferia que sin mapas nos atormenta, nos envuelve y nos convierte en centros de memoria, en observatorios que con los ojos expuestos se mantienen felices para no perder la fe. 

Habían heridas que se alimentaban de las caídas diarias, de los resbalones intencionales y los golpes amigables que rompen costillas, que estremecen el alma. Habían traiciones servidas, mentiras pendencieras y tejidos eléctricos para que el corazón no se detenga, para que la fiesta pueda continuar.

Ella era una chispa en una tormenta que se niega a perder su fuerza, una simbiosis de alegrías deprimentes y nostalgias con alzhéimer que no saben hablar, que no pueden callar y nunca se van, aunque a veces se escondan. 

Ella, desconocida, era suma absoluta de historias mal contadas, de peligros que sin razón atraen. Una trampa obvia, un desenlace de renuncias y cobardías maquilladas con la elegancia de quienes no saben terminar. 

El despropósito mayor era una conclusión venidera, absoluta en sus fragmentos románticos y su normalidad negligente, oscura, fría. Un final que no deja a nadie feliz ni contento, que no atrapa sonrisas, que no envuelve lágrimas ni desconsuelos. Un final sin pretensiones, sin enseñanzas; prueba íntima de la modernidad malsana que nos aqueja, de la flaqueza de espíritu que nos ampara; prueba también de la chispa, chispita que da esperanza, que contrapone, que pelea, que en su terquedad más afanosa nos enseña a respirar la imposibilidad misma del amor en medio de la guerra, la muerte y lo estrafalario que acompaña lo cotidiano.

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