Epístola del Fracaso.
Despierto con susurros morbosos y sucios, el alma me huele a tabaco y la vergüenza abonada en las malas decisiones germina despacio entre las sábanas. Estoy rutinariamente solo, a mi alrededor el factor sorpresa desaparece y da paso al cuadro hipnótico de la inmovilidad; no sé cuánto tiempo llevo aquí, cuantas paredes he derrumbado, ni cuantas aparecen para remplazarlas. A mi alrededor todo es blanco, homogéneo. Sospecho despreocupamente que la realidad es un reducto de repeticiones, una lucha incesante por darle sentido a los fragmentos unidos por el pegamento de las lamentaciones, un eco del pasado inamovible y del futuro inalcanzable. Sospecho, sin pruebas para confirmarlo, que la inercia es una fuerza más grande que el amor y veo además el desgano matutino que enmascara mi café, como el síntoma primario de una derrota preparada con antelación. Reconstruyo mi historia sin estudiar el pasado, masturbando las buenas intenciones de los demás, regalándome afirmaciones necesa...