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Mostrando entradas de agosto, 2013

Cortadas.

Se levantó y miró los vidrios, era su reflejo roto y fragmentado, eran sus trozos de vida regados por el tapete sucio que nunca quiso limpiar, eran las cortadas en sus brazos endebles y las lágrimas endurecidas de los amores que nunca lloró. Estaba herida, débil, maltratada, estaba llena de ira, estaba llena de moretones de experiencia y violaciones intelectuales que le dejaban la cabeza abierta de par en par; estaba ida, ida de la puta, de la resaca, del mujeriego, estaba vendida a su suerte, a la ciudad, a las calles tan impregnadas de miedo como su piel y tan duras como su carne. No durmió durante días, no comió, no salió de sí misma pues creía que no había afuera nada que quisiera ver, estaba tan decepcionada de todo allá afuera que prefirió encerrarse en sus versos y en cada libro que encontró en una biblioteca personal llena de palabras robadas y perfumes distintos. Tomó tanta cerveza con vodka como pudo y encendió tantos cigarrillos que si hubiese abierto la ventana, las ...

Cuerpos Desnudos

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¿Cuantos ecos soporta un cuerpo desnudo? ¿Cuantos golpes, cuantas lágrimas, cuantos poemas, cuánto amor? ¿Soporta las miradas lejanas?  ¿Los abrazos nocturnos, helados, llenos de melancolía? ¿Los recuerdos forzados, las frases olvidadas de cajón? ¿Cuánto soporta un cuerpo desnudo? ¿Un suspiro? ¿Una madrugada? ¿Una canción? El cuerpo desnudo recibe tenores insípidos, le cantan de lejos sin mirarlo bien, se alejan con notas vacías, con aves marías y flores nocturnas, recibe primaveras, veranos, inviernos, recibe todo, se queda sin nada, se le resbala la vida, se le restriega la muerte, se siente inseguro, siempre, el cuerpo desnudo. Se mueve despacio, tiembla en los cambios, siente la temperatura como suya y cambia los poros de cerrados a abiertos con un roce de pupilas, con una caricia atrevida, con un golpe seco y unos cuantos tragos de ron. Debiésemos vivir desnudos, los cuerpos, de aquí a allá sin ropaje, sin calma, sin vergüenza; debiésemos movernos tranquilos los cuerpo...

El Hospital

Su problema no era no saber olvidar, el suyo era poder hacerlo solo cuando las nubes escupían tristezas y las lunas cantaban detrás de su oreja; su problema no era poder recordarlo todo, era poder hacerlo solo cuando de lejos veía sus ojos y se le metían por entre los poros un montón de agujas de hierro, cada una con una palabra, cada una con un “te quiero”. De agujas sabía bastante, tres meses antes al lado de una mesa gastada, ella había tomado una, la había puesto en su lengua y se la había tragado sin más, sí, así era ella, quería matarse los jueves en la noche porque no soportaba los fines de semana, decía que la gente no valía, y que no quería vivir ahí, así que todos los jueves inventaba algo nuevo para pasar los viernes en el hospital; le encantaban las agujas, pensaba que eran la definición completa de perfección, pequeñas, fuertes, brillantes y con un agujero para el amor, podían colgarse de cualquier cosa, hacer daño y arreglar la vida, decía que podían calentarse y per...

Faltonería de ideas.

No fue el miedo quién puso frente a todos las tres lágrimas carmesí, ni las palabras tuvieron que ver con la arremetida de recuerdos salvajes a mitad de la noche; las tristezas sin importar como, se meten por entre los poros e inundan la piel de sensaciones repetidas y suaves, el estómago de gusanos y los pulmones de malos ratos y humo denso de color gris. El peso del viento cálido de una habitación cerrada durante días silencia poco a poco los movimientos, los gestos, las ganas de todo menos de nada, abandona las ganas de compañía y la necesidad de palabras, la poquedad de relaciones y el sinfín arrepentimiento resacudo de las vidas gastadas que no se vivieron bien y se fueron por entre los ruidos que quedaron atrás. No vinieron las fuerzas al final de la partida ni salió el sol al final del día, porque a veces se le acaban las llamas al fuego y se le secan las lágrimas al océano, se van las ideas por entre las sábanas y se mojan tres cervezas en dos sacos de lana; las cosas ...