Cuerpos Desnudos

¿Cuantos ecos soporta un cuerpo desnudo? ¿Cuantos golpes, cuantas lágrimas, cuantos poemas, cuánto amor? ¿Soporta las miradas lejanas?  ¿Los abrazos nocturnos, helados, llenos de melancolía? ¿Los recuerdos forzados, las frases olvidadas de cajón? ¿Cuánto soporta un cuerpo desnudo? ¿Un suspiro? ¿Una madrugada? ¿Una canción?

El cuerpo desnudo recibe tenores insípidos, le cantan de lejos sin mirarlo bien, se alejan con notas vacías, con aves marías y flores nocturnas, recibe primaveras, veranos, inviernos, recibe todo, se queda sin nada, se le resbala la vida, se le restriega la muerte, se siente inseguro, siempre, el cuerpo desnudo.

Se mueve despacio, tiembla en los cambios, siente la temperatura como suya y cambia los poros de cerrados a abiertos con un roce de pupilas, con una caricia atrevida, con un golpe seco y unos cuantos tragos de ron. Debiésemos vivir desnudos, los cuerpos, de aquí a allá sin ropaje, sin calma, sin vergüenza; debiésemos movernos tranquilos los cuerpos desnudos, dejar de temblar, de tapar, de pensar, dejar el pudor entre los labios, cualesquiera, atrapar la virtud en vasos de vidrio, olerse las pieles y quitárselas si es preciso, si es indicio, si es final.

¿Cuánto soportan los cuerpos desnudos? Unidos, sin fin ¿Cuánto se cubren intranquilos, se visten dormidos, se cierran los ojos y no se miran, ni se ven, ni se tocan? ¿Cuándo dejamos de amar por estar vestidos, cuanto dejamos de sentir nuestros cuerpos cuando están desnudos? ¿Cuánto dejamos de tocarnos, cuanto dejamos de sentir?

Si Dios existiese estaría desnudo, y sus ángeles y sus santos, nos llevaría sin más que la piel, nos abriría los libros del alma en cada pulmón, si existiese, si fuese. Estaríamos desnudos ahora si fuésemos poetas, si nos amáramos y nos odiáramos con la piel, si no nos hubiesen arrebatado la desnudez estuviésemos desnudos, seríamos otros, tendríamos más.

Tendríamos más piel si fuéramos desnudos, si nos dejaran en una habitación una vez al mes estar sin nada más que nuestra piel con nosotros mismos, con nuestros demonios, desnudos también. Tendríamos más poemas, tendríamos más canciones, más caricias, y un repertorio infinito de roces,  de metáforas, de alegrías.

Si nos vistiéramos con nuestra desnudez nos golpeáramos más, odiaríamos el doble, pero sentiríamos hasta el azote del viento, del frio, el yugo del calor, el hastío de la vida que se arruga, seríamos conscientes de que el cuerpo es frágil, que se rompe, que deja marcas. Si estuviésemos desnudos veríamos cicatrices, conoceríamos más a fondo a las personas, sus dolores, sus angustias, sus orgasmos; si estuviésemos desnudos cuidaríamos al otro, porque hasta el demonio se cuida de tocar con fuerza la piel expuesta, la piel sin compañía, no se atreve a lastimar la piel, ese último órgano sagrado que nos queda.

Si camináramos desnudos las mujeres no se maquillarían tanto, pues ya no sería su rostro el rostro de sí, no sería su cuadro, su presentación y su tormento; tampoco tendríamos tantas dietas porque sin ropa entenderíamos lo distinto de los cuerpos, lo divino de los senos caídos, de los ombligos cambiantes, de los poros y sus partes. Si camináramos desnudos los hombres no tendrían que ser fuertes, podrían ser inertes si quisiesen, sin armadura un hombre podría ser quien fuere, y una mujer quien desee, sin fuésemos desnudos, seríamos tal vez mejores, seríamos más sensibles, seríamos más personas, seríamos menos máscaras de yeso, menos burdos, menos cerdos.

¿Cuántos golpes soporta un cuerpo desnudo, cuantos besos antes de estallar? Lo sabríamos seguro, si estuviésemos desnudos, si nos besáramos más.

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