Cortadas.


Se levantó y miró los vidrios, era su reflejo roto y fragmentado, eran sus trozos de vida regados por el tapete sucio que nunca quiso limpiar, eran las cortadas en sus brazos endebles y las lágrimas endurecidas de los amores que nunca lloró. Estaba herida, débil, maltratada, estaba llena de ira, estaba llena de moretones de experiencia y violaciones intelectuales que le dejaban la cabeza abierta de par en par; estaba ida, ida de la puta, de la resaca, del mujeriego, estaba vendida a su suerte, a la ciudad, a las calles tan impregnadas de miedo como su piel y tan duras como su carne.

No durmió durante días, no comió, no salió de sí misma pues creía que no había afuera nada que quisiera ver, estaba tan decepcionada de todo allá afuera que prefirió encerrarse en sus versos y en cada libro que encontró en una biblioteca personal llena de palabras robadas y perfumes distintos. Tomó tanta cerveza con vodka como pudo y encendió tantos cigarrillos que si hubiese abierto la ventana, las nubes tendrían en un día tanta nicotina para regar la ciudad con su peste maldita, con su tristeza y su silencio absoluto.

Estaba cansada de los años, de los huesos rotos, de la piel sensible y el frio de madrugada cuando salía a fumar, pensaba cada día al despertarse en los días que faltaban, en las noches que venían, en las arrugas que se le formaban lentamente entre los ojos y la frente, y pensaba sobre todo en lo rasgado que tenía el pecho de tantos golpes, de tantas sonrisas fuertes y palabras bonitas, se había mentido a sí misma en una verdad común de quienes la conocían y se había negado a sangrar cada mes como las demás mujeres, había dicho que quería ser joven por siempre, que no quería llegar a donde estaban sus abuelos, sus padres, sus tíos.

Se negó tanto a dejar pasar la vida que se intoxicó cada día y cada noche durante el tiempo que la dejó el mundo; le decían que pasaría, que maduraría, le decían que saldría y todo sería mejor, la encerraron para que viviera un poco más, y en un descuido del enfermero, tomo las sábanas que pudo y escapó una noche del hospital, en bata recorrió media ciudad y entró en el bar que encontró abierto un lunes de agosto en la madrugada, se tomó tres copas de absenta y dos botellas de tequila, se fumó su vida y cuando escuchó sirenas rompió su botella y se cortó lo más que pudo, lo más rápido.


Se cortó el antebrazo, el brazo, los pechos, las piernas; se cortó los sueños y los dejó sangrar, los dejó correr como ella lo hizo, como ella quiso, como ella soñó.

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