Burbujas
Camina delicada, casi flotando, se va detrás de su mirada y
se pierde por las calles envueltas en papel, se hunde despacio cual cigarro erguido,
se funde veloz, como si quisiese acabarse en una inyección mal puesta que deja
aire en las venas, que deja una burbuja tan pequeña como su voz, que corre como
corren sus piernas, delgadas y transparentes; una burbuja llena de melancolía
barata y odios resentidos si usar, una burbuja envuelta en tumores del alma, en
venenos del cuerpo, en caricias de otros, en aire sucio.
Una burbuja que camina abriéndose paso por entre la sangre,
una que hincha la piel desde adentro, que se engulle el recuerdo y lo vomita en
forma de saliva tibia, tan tibia e inconsistente como sus lágrimas, sus
depresiones, sus lamentos y sus sonrisas; una burbuja asesina, una que llega al
corazón.
Hizo una analogía de sus amores con la heroína, pero el amor
no es tan perfecto; comparó tres botellas con tres amantes, y a los tres los
embriagó, y quiso por último decirle a la vida que la amaba, que la amaba hasta saciarse, que amaba la vida lo suficiente para morir. Ya no tenía tantas venas como antes, tantas lágrimas como ayer, se
le habían acabado las uñas después de la comida, y los cigarrillos después del
amor; se inyectaba cuatro veces al día y a veces más, pensaba que la aguja era
una bala y la jeringa su revólver, decía que jugaba a la ruleta rusa con el
arma completamente cargada, para que no le quedara duda de nada, para
reconfortarse al controlar un disparo aunque no pudo en su vida más que
controlar su disfraz.
Su vida fue una burbuja, una cancerígena y venenosa, una infiltrante y calcinante, una
fugaz que nadie entendió, una que mientras se inyectaba porquerías me llenaba de poesías, una que murió y se estalló, no en su corazón, sino en el mío.
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