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Mostrando entradas de noviembre, 2013

El Abstemio Despecho

Me duelen los ojos, los tengo hinchados, los tengo resecos y rojos. Estoy despeinado, con el cabello revuelto y los labios partidos, encima solo llevo una camisa gris manchada con salsa tártara y cerveza, un pantalón completamente roto que no llevo así porque esté a la moda, sino porque me caí tantas veces que arreglarlo era casi un desatino. Me duele la espalda de estar acostado, me duele la cabeza de no dormir y el alma de pensar en ella. Llevo detrás un barranco de sábanas sucias y un tumulto andrajoso de papeles entachonados con garabatos y poesías. Llevo adelante un montón de sueño que no recogí en las noches y la brisa de cada mañana que no me levanté. No sé por qué, pero hace meses me dejo crecer el pelo y la barba, me dejo hilar los pensamientos por las trenzas de su cabello roto y su vagina sin depilar. Soy abstemio en varios temas, no tomo ni fumo los días que empiezan con Z o que tienen el verde en las nubes o el azul en el sol; no camino en las noches donde hace ...

Un Restaurante

Era un restaurante, uno fino y lleno de brillantes cubiertos y felices platos; un restaurante en el norte, porque solo allá en esa cuarta parte miniatura de la ciudad se ve la belleza, la limpieza y el toque europeo que las abuelas modelos con sus plaquetas de aluminio le dan a los sitios de moda. Por dentro está ambientado con un Chopin rebajado con champaña en su peor sinfonía,  que aunque fabulesca para el que conoce su obra, se torna exquisita para todo el que llega encorbatado o entaconado a ponerse en las rodillas sin saber por qué, un mantel miniatura más limpio que cualquier pétalo o clavel.  Por fuera, está lleno de flores sintéticas, bellas y estáticas para no tener que ser cuidadas por nadie, para mí, que camino de lado y ando torcido solo significa – y esto se me ocurrió al pasar por allí- una increíble y anacrónica forma de demostrar solo una cuestión específica. Las flores sintéticas en la entrada del restaurante bonito no son más que el cuadro burlesco de l...

Mentiroso

La lluvia no caía así estuviese empapada, Y el frío le pasaba lejos del temblor de sus labios de miel. No sentía nada detrás de sus lágrimas crispadas No veía más allá de su nariz de papel. En el día dormía y en la noche cantaba detrás del espejo Sus pies se sentían livianos y flotaban perplejos A duras penas se bañaba y sin embargo era preciosa, Sus manos tocaban la vida y esculpían su cara pecosa. No hablaba mucho de sí aunque hablase todo el tiempo de ella, Se quejaba de todo y poco le importaba nada, Era la mentira su mochila más gastada, la que más quería; La que más odiaba y la que más usaba. Con la mentira le habían amado tres veces seguidas sus cuatro mismos novios Y se había quedado más tiempo en el hotel de alquiler. La mentira le masturbaba los días y las noches, Apretando las piernas y soltando los pies. La niña mentirosa era una mujer muy sincera  Esbelta, enana, gigante, grotesca y hermosa, Con sonrisa podrida y blanca ...

El adiós de un muerto.

Mira de nuevo, nos enfriamos otra vez. Nos acabamos el uno en el otro sin siquiera tocarnos, nos volvimos reprimidos en la exaltación de nuestros errores inútiles. Mira, se nos fueron las ganas de irnos detrás del otro, de largarse cada uno hacia otro lugar, acabamos con los pasos que nos unían, y escribimos más sílabas para el otro sin mirar. Mira, de nuevo queremos ver como se cae el cielo en el fondo del humo gris de un cigarrillo, de nuevo poetizamos lo banal y lo profano, y lo escupimos como si no quisiéramos un cuento que tuviese un final feliz. Mira que nunca nos dijimos adiós y nos saludamos muy poco, mira lo incómodo que fue el antes y el después y lo maravilloso que llegó a ser el instante único en que nos encontramos sin nadie más. Casi nunca nos rozamos y tocarnos no fue la mejor forma de intimar; nos fundimos, sí, pero en palabras obtusas de libros viejos, en chistes sin gracia e historias nostálgicas de cosas que nunca pasaron y ni pasarán. Que extraño, tan lejos ...