El Abstemio Despecho
Me duelen los ojos, los tengo hinchados, los tengo resecos y
rojos. Estoy despeinado, con el cabello revuelto y los labios partidos, encima
solo llevo una camisa gris manchada con salsa tártara y cerveza, un pantalón
completamente roto que no llevo así porque esté a la moda, sino porque me caí tantas
veces que arreglarlo era casi un desatino.
Me duele la espalda de estar acostado, me duele la cabeza de
no dormir y el alma de pensar en ella.
Llevo detrás un barranco de sábanas sucias y un tumulto
andrajoso de papeles entachonados con garabatos y poesías. Llevo adelante un
montón de sueño que no recogí en las noches y la brisa de cada mañana que no me
levanté. No sé por qué, pero hace meses me dejo crecer el pelo y la barba, me
dejo hilar los pensamientos por las trenzas de su cabello roto y su vagina sin depilar.
Soy abstemio en varios temas, no tomo ni fumo los días que
empiezan con Z o que tienen el verde en las nubes o el azul en el sol; no
camino en las noches donde hace frío si no llevo encima mi abrigo de vodka con
mi cerveza y mi ron. Soy adverbio de tantas palabras que olvidé el significado
de los antónimos que me persiguen con sus sinónimos, pues a todos los verbos
los dejé atrás en una maleta pesada de experiencias y café.
Me arden las heridas de la espalda y en cada omóplato llevo
los rasguños que me dejaron los dedos cortos de la avaricia vengativa de un
orgasmo bien sentado. No siento los pies, pues se fueron entre la caneca y el
inodoro que dejé tapar con tanto vomito verbal y papel sin ensuciar.
Llevo tres noches escuchando música clásica para no
recordarme la elocuencia de una voz manchada, y no contesto teléfonos que no
provengan de las serenatas del cementerio o de los carritos de funeral. No
lloro porque se me acabaron las lágrimas limpiando el piso que se manchó con la
saliva desperdiciada, ni sonrío porque me robaron los dientes para que no
pudiera morder. No tengo lengua pues se movía muy rápido y con bigote falso entre
unas piernas largas, asustaba al vaticano y a la banca nacional.
Ayer me inyecté la vena principal de sus recuerdos, aspiré los
capítulos rotos del libro que nunca leyó, y enrollé en señal de triunfo el
diario escondido de las fechas que no celebré y que me faltó anotar. Hoy
descubrí que tengo un tatuaje en la pierna derecha con su cuerpo, y renuncié a
mirarme en un espejo las vergüenzas que pasé, hoy se me olvidó que debía
olvidarla y borré involuntariamente la pena que sentía por no quererla como
quería, por no besarla como soñé.
Me duelen los ojos y no he dormido tres puntos seguidos, he
suspendido las pesadillas por remodelación de miedos y he traspasado mis
aficiones al cuarto de ropa para poder cambiarme con más rapidez. Me arde la
frente de escribirme en la piel sus verdades, sus mentiras y sus caprichos, y
se me estalló el pecho de tanto fastidio propio y hastío sin fe.
Recobré el sentido unos segundos para sentarme en mis decepciones,
para sacarme el gargajo que tengo metido en el corazón, para olvidarme de una
vez y por un minuto cada patada que me metió en la entrepierna, cada fantasma
que me falto exorcizar. Recobré mi cuerpo para decirle que me marcho, me voy
bien lejos donde el amor no se vuelve pasajero sino conductor, me voy para
cobrar mi seguro de vida por romanticón amanerado, para demostrarle al demonio
que sus cachos son de cuero, que su nariz tiene agujeros, y que su boca son
tres esponjas de espanto y dos estrellas de mar.
Recobré lo incobrable para poetizar una desventura ficticia, una obra de teatro sin guion ni reparto, para escupirle versitos en forma de rencor dulce con odio salado, para servirle mis uñas y rasguñarle la vida una pizca. Recobré lo perdible para medirle los milímetros que se extiende su mejilla con la sonrisa que se le escapa, con el suspiro que se le pierde, y las palabras que nunca dirá. Diminutas todas las cosas como usted, gigantescas como su espada, indescifrables en su revés.
Recobré lo incobrable para poetizar una desventura ficticia, una obra de teatro sin guion ni reparto, para escupirle versitos en forma de rencor dulce con odio salado, para servirle mis uñas y rasguñarle la vida una pizca. Recobré lo perdible para medirle los milímetros que se extiende su mejilla con la sonrisa que se le escapa, con el suspiro que se le pierde, y las palabras que nunca dirá. Diminutas todas las cosas como usted, gigantescas como su espada, indescifrables en su revés.
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