Niña
Ojalá le puedan penetrar los ojos sin hacerle llorar las
piernas, ojalá se vea en un espejo invisible más bella que la princesa que
nunca fue; sus labios no quieren que la violen, su vestido nunca dice “arráncame”,
su cuerpo no dice “empújame”, su vida no dice “ya acabé”. Esperemos que no necesite títulos para empezar
su vida, así le sobren motivos para dejar el mundo atrás; ella no quería caminar
desnuda, ella no quería que la vistieran nunca más.
Gritó tan fuerte como su garganta pudo, con su gemido débil
envuelto en lentitud. Se volvió un gusano negándose a ser mariposa, una
revolución vencida, una aguja sin esterilizar. Quiso siempre que le fecundaran
algo más que el vientre, deseó más de una noche poder hacer “reset”; removió la
lengua de mil hombres muertos y recicló saliva para las memorias de papel.
Huele cada mañana los sonidos de sus traumas, llora por las
tardes cuando el reloj se detiene otra vez. Vive en la prisión de sus sentidos
desgastados, vive en la violencia que el amor le pudo dar. No tiene tantas
cadenas en el cuello como cicatrices en la espalda, ni tantos huesos como
dolores en la piel; no tiene sueños más allá del medio día, no tiene veneno
suficiente para tantos monstruos detrás de la pared.
Viajó diez leguas por cada lágrima ajena, se movió once
pasos por cada persona que se quiso acercar. Ella creía en la soledad mundana,
en el mundo sin reproches, en la fortaleza infinita de sus párpados caídos, en
los colores mordisqueados de sus sueños de jardín. Ella quería no querer nada
más de lo que quiso, ella vomitaba pesadillas de carne, ella no salía de casa,
ella sólo existía para él.
Era presa sin esposas, era esposa sin anillos, era hija sin
juguetes, un juguete de alguien más. Es una historia repetida a blanco y negro,
un inmanente y cotidiano castigo sin razón; es una niña de diez años con veinte
entre sus dedos y cien haciendo fila, es
un ángel sin alas, un milagro abandonado de los dioses, una mala broma del
sinsabor humano, una sonrisa perdida en los callejones de la ciudad.
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