¿Qué es?
Es la desesperanza aprendida, la capacidad oblicua de
construir sobre la arena inestable las más firmes proezas de nuestra vida. Es
la virtud de la estupidez que nos aplaude, la cantidad de cuestiones sin
importancia que nos consumen, que nos mantienen en un hilo pendenciero entre el
abismo externo del que huimos y el demonio
hambriento que nos acerca al espejo manchado de los errores que sin
perseguirnos, nos obligan a correr.
Todo está mal, lo sentimos, lo vemos, lo olemos en la
inalcanzable podredumbre cultivada por el sol insoportable. Todo está gris, por hoy. Porque hoy el color
es tenue, blancuzco, terrible. Y los días se pasan, y siguen siendo hoy, y se
detienen, y no avanzan, y no dejan avanzar.
Todos están medio muertos, medio idos, medio vivos. Y el
gota a gota de lo cotidiano nos consume, nos aplasta tan despacio que no se
nota ni se ve. Nos abriga, primero delicado y luego fuerte, aferrándose a
nuestra capacidad única de demostrar que siempre podemos ser más simples, más
idiotas y mucho más livianos en nuestro deseo por desaparecer.
Nos perdimos en el sinsabor de lo aburrido, esperando un día
el extraordinario cambio en los acontecimientos de unos pasos que no maneja
nadie, de un automóvil veloz y sin frenos que no se detiene nunca, que
irremediablemente va a terminar mal.
Y algunos, a veces, por unos instantes en el día, podemos
sentir como todo alrededor está apenas sostenido por su propio peso. Algunos,
de vez en cuando sienten la cuerda floja de la lucidez, escuchan las voces
detrás de la ventana, la falta de apetito a la hora de almorzar.
¿Y? – Nada, todo está simplemente mal.
Y todos seguimos, porque así nos educaron, porque así tiene
que ser.
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