Edificio

Soy el colapso de una estructura hecha con materiales imperfectos, con paredes huecas y soportes defectuosos. 
Un edificio roído por el moho, con las puertas rotas o trancadas, pero siempre inútiles. 
Soy el abandono gris del hormigón que se romantiza con grafitis, que atrapa fantasmas repletos de nostalgia, que busca en los ecos de la muchedumbre que se ha ido un rostro familiar. 

Soy la sed que secuestra mendigos en busca de nuevas tristezas, queriendo ocupar espacios vacíos con tragedias frescas. 
Un derrumbe pausado en el tiempo, a la espera del aviso definitivo de desalojo, incapaz de colapsar por sus propios medios y condenado a ocupar un espacio inútil. 
Soy mis propias grietas haciendo caminos erráticos en las paredes cansadas, buscando oxígeno entre el yeso que se desprende, como células muertas, de una piel maltrecha. 

Y soy el polvo acumulado en las esquinas, los insectos, las arañas, las ratas, los convictos, los drogadictos, los abandonados, los indocumentados, los buscados, los rechazados, los leprosos, los ateos, los raritos, los tristes, los incomprendidos. 

Soy la vetusta estructura de cimientos débiles, soportando el peso infinito de la existencia en el suelo inestable de la actualidad. 
Soy mi soledad cansina y resignada, el silencio opresivo de los espacios vacíos y el eco de los pasos que rompen la monotonía sin prometer ninguna compañía. 
Soy la antipatía aprensiva del rechazo, el suspiro resentido de los malaventurados que se autoexcluyen y el beso de los condenados que romantizan encuentros suicidas. 

Y soy un cúmulo de odio hacia los materiales que me componen. 

Todos inadecuados, todos insuficientes, todos débiles, todos rígidos, todos anónimos. 
Todo tan vacío y lleno de cosas. 

Y soy el disgusto por el olor que emano, por el agua estancada en el suelo que alimenta la peste y que le sirve de hogar a los mosquitos. 
Y soy un párrafo interminable y sin puntos finales que se asemeja a un edificio abandonado, de ventanas rotas. 

Quisiera no ser, pero soy. Ese párrafo imperfecto de frases defectuosas. 
Esas letras grises romantizadas por la tristeza atrapando fantasmas, en busca de puntuaciones y de acentos que materialicen un rostro familiar. 
Ese párrafo repetitivo, reflejo constante de las décadas acumuladas de heridas que no sanan, de planes de escape que se frustran por el autoengaño. 

Quisiera no ser, pero soy, las manchas de hollín que ha dejado el fuego extinguido en las paredes blancas; esas sombras alargadas y negras de un incendio incapaz de destruirlo todo, pero orgulloso de intentarlo. 

Soy el demonio que mora a sus anchas en la melancolía de sus propias habitaciones vacías, regocijándose con su tristeza, alimentándose de su desprecio. 
El alcohol contaminando las tuberías, corriendo libre, corroyéndolo todo. 
Las drogas escondidas en las sábanas, guardando promesas de libertad que se escapan en un suspiro. 

Soy las cortinas cerradas intentando esconder las ventanas rotas. Buscando oscuridad, celoso del sol que se cuela entre los huecos que han dejado las polillas en la tela. 
Soy el ansia de voces humanas que desprecia las bocas que las producen. 

Y soy, las grandes puertas de entrada, cerradas; queriendo evitar inútilmente al mundo, como los párpados que se cierran vanamente para evitar sentir los golpes del exterior. 

Quisiera tener, pero no tengo, espacios entre ideas, puntos de cierre, descansos entre frases inconexas. 
Quisiera tener, pero no tengo, salitas de estar para los invitados, sofás cómodos y tazas de café.

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