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Mostrando entradas de diciembre, 2013

El último del Año

Hoy les vengo a hablar de las carcajadas de tristeza que me faltaron, de los ojos llorosos y sin lágrimas que vieron detrás de mis párpados y los abrazos sin contacto que le di a cada persona que nunca quise, que amé, que odié y que describí lo mejor que pude en sueños amorfos y palabras complicadas y sin sentido.  Hoy les vengo a hablar de los litros de alcohol que me faltó meterme, del daño que me hizo decir tantas cosas, dejar de decir otras y maquillar con sonrisas el agua salada que viene de unas pupilas que aprendieron a dejar de dilatarse para evitar confundirse con la emoción de la vida. Hoy vengo recordando los momentos de plenitud y sonrisas abiertas, el sol brillante que quema y la luna que agobia entre su paz infinita y la intranquilidad manifiesta de no saber hacia dónde se debe andar con ella. Hoy vengo hablando de los que insulté, de los que alagué en un océano de palabras que no tuvieron puerto y embarque, de los besos sin destinatario y los sueños perdidos...

Adiós Abuelo.

Cuando era pequeño, recuerdo vagamente las salidas al parque con él, las caídas estrepitosas de la bicicleta cuando me soltaba con impulso para que aprendiera a hacerlo solo; recuerdo su Renault blanco perfectamente cuidado y limpio, los boleros que siempre le encantaron junto con “la paloma blanca” que cantaba y me enseñaba mientras yo, pequeño, lo acompañaba a subirle el aire a una llanta o a hacer una de sus mil diligencias. Recuerdo los cuadernos ferrocarril que me compraba para que mi letra no pareciese un jeroglífico indescifrable, las mil tinturas que junto con mi hermana usábamos en un lienzo para pintar a su lado; sus trazos perfectos en las montañas y las frutas que se inventaba durante horas mientras perfeccionaba cada aspecto que no le pareciese bien hecho. Era un perfeccionista, en su peinado, en su ropa, en sus modales, en su forma de hablar, en su manera clásica de conducir, de limpiar, de querer. Era duro cuando tenía que serlo, aunque a mí siempre me trató con tod...

El Barrio Viejo

Me encuentro aquí sentado, en una silla descocida y tambaleante cubierta de óxido y pesos muertos, recubierta de cuero manchado y esponja barata y gris medio mordisqueada.  Al fondo baila una mujer desnuda y con sida, con hijos, con esposos y novios por cada calle de aquí hasta el peaje más cercano; sumados llegan  a casi treinta y de esos treinta la mitad ya besó, ya folló, y ya transmitió el pedacito de muerte que le correspondía a quién no tuvo oportunidad de preguntar por la limpieza de la sangre segundos antes de contagiarse. La otra mitad sin duda alguna lo hará también, si no es que ya lo hizo cortándose un dedo y acercándose a quién sea para quitarle un teléfono o una billetera con tres billetes arrugados y un cigarrillo sin amarrar. Todo sucede aquí. La cerveza no está fría, pero la tibieza le impregna un sabor aceitoso que se queda en los labios y en la lengua vaticinando la prometida venida de sangre o vómito según quiera la noche, ya sea en la acera donde ya a...

Lo que Aguanta un Diciembre sin Sombras.

Esta noche me aguantaría una tía redonda, una escuela sin clavos y una torre sin faros, me llevaría en las manos la lluvia helada y la luna triste, un calentador antiguo y un casete de alpiste, podría  poder cuidar que no se moje su mano ni se enfríen sus piernas, querría quererla una noche sin querer perderlas. Esta noche tomaría pastillas para dormir y me mantendría despierto, y ni el mismo Prozac me pondría contento. Abrazaría la nostalgia de cuidar un fantasma con su rostro, aunque su figura se prendiera en una masturbación sin ganas y una botella sin corcho. Le presentaría a mi amigo invisible mientras le tomo fotos a una camarera hambrienta; abriéndole espacio en las narinas para una noche de polvo, como si fuera yo Peter Pan y usted  una bella princesa, aunque no fuésemos más que un vagabundo méndigo y una invisible tristeza. Me engañaría escribiendo sobre política y lamería tres centímetros arriba de su cremallera abierta, imaginando que estoy húmedo por bañ...

Uno más.

Hoy me preguntaron por un motivo que no recuerdo, una pregunta que, respuesta fácil no tiene, se refería al cómo y el porqué de una obsesión que no tenía cortes obsesivos. Me hablaba de un amor que no amaba lo suficiente, que amaba mucho, pero de manera distinta. Hablaba de sentimientos confundidos que no podían ser  expuestos en palabras por que sin lugar a duda se desvanecerían y perderían en el recuerdo de una conversación o una declaración directa. Al principio no entendí de lo que hablaba, pero luego, a medida que avanzaba su relato en la mitad de la habitación donde tantos otros develaban sus oscuridades, empecé a notar un malestar mínimo que se gestaba en una cueva dentro del estómago que se expandía poco a poco y con cada palabra hacia los pulmones y el corazón. Era esa sensación visceral que debe ser ocultada todo el tiempo frente al entrevistado, para no generar ningún sentimiento distinto, ningún apego. Me preguntaba por el principio de las fobias, que según él ...