Dormitar

Había una vez un cuento que carecía de comienzo, una cópula sin placer que se hizo biblia y un hijo bastardo que se quiso ahorcar en el útero para nunca ver la luz del sol. Había una vez un hada sin dientes ni alas que cobraba por horas, un caballero sin espada que apuñalaba sueños rotos en una ciudad perdida, una tortuga que no sabía artes marciales y se resignó a extinguirse a los cien años de haberse muerto su novia en el altar. Había una vez lo que no había antes ni después, un abrazo mal logrado en un reloj sin pilas, un minutero rebelde que contaba las horas, una familia invisible que era feliz.

Había una vez un sueño que quiso despertarse y un soñador que no quería dormirse, un genterío sin habla que hacía ruido en los ecos tardíos y un ser humano sin  ganas de matar, que por suerte asesinaron antes de que hiciera carnaval. Había una vez gente que se preguntaba por los celos, por los amoríos, por los sentimientos. Había una vez gente buena justo antes de quebrarse en pedazos pequeños el mundo, de romperse el hilo conductor de la cordura comunal, de desdibujarse la sonrisa del rostro del temor.

Hay ahora niñas que orinan fetos al almuerzo y que tienen bocas grandes  que no hablan ni razonan, que succionan y viven de vitaminas sin procesar. Hay ahora máquinas inteligentes que ahorran la necesidad de pensar, programas para amar y aplicaciones para follar. Hay ahora pastas para dormir, para soñar, para despertar y para ver cualquier cosa que se pueda imaginar; pastillas para el cansancio, para la ansiedad, para la tristeza, para la vida y para la muerte. Pastillas para ser feliz y pastillas para los adictos. Hay ahora niños verborréicos, histéricos y  con falta de atención. Hay ahora conciencia de género, de ambiente, de crianza, de mundo. Hay inconsciencia de personas, de seres, de vivos, de iguales.  Hay ahora hippies que pisan mierda con Dr Martens, pacifistas con marihuana colombiana en la mano, derechistas con la camisa de ché.

Había una vez gente que odiaba de frente, que besaba sin miedo y que hablaba con voz. Había una vez hojas reales y esferos con tinta, ideas que perduraban más que un orgasmo quinceañero, revoluciones que valían un poco más que una mochila desgastada y una barba piojosa de malabares en el jardín. Había una vez mujeres valientes que no se llamaban “putas” y también putas que tenían más valor. Había una vez vaginas sin monólogos ridículos, sin versos verticales, sin  hipocresías de librepensadoras sin carácter ni mentiras acuosas con apellido Gutiérrez, Velásquez, hemorroides o Cabrera.

Tuve una vez un sueño, era a color y más real que cualquier cosa que veía al despertarme. Tuve un sueño una vez, uno a blanco y negro de más calidad que las epifanías con LSD de los hippies de turno, decía “basura” y olía mejor que las axilas del futuro.  Una vez tuve una pesadilla y me aferré a ella, porque allá adentro al menos los monstruos tienen un motivo, una explicación, una forma y una idea.  Aquí no hay nada, solo apps sin actualizar que ya son obsoletos, sólo conversaciones pasajeras y días que pasan uno detrás del otro, como si fuésemos eternos, como si vivir fuera un disfraz.


**** Dormitar es escribir cuando los ojos casi están cerrados, vomitar verdades justo antes de dormir. 

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