Valentía
Un día me levanté queriendo dejar de llorar por tanto
quebrado, tanto insulso, tanto ignorante. Me levanté pensando en cómo podía
dejar de afectarme ver tanta puta con ropa sucia y olor dulzón, con su sonrisa
amarilla y esos dientes que se lavan entre la succión
rutinaria de las penas propias y los gemidos ajenos; tantos ladronzuelos sin
sueños envueltos en sida que le inyectan jeringas a las nalgas de Dios y bebés
en minifalda con el culo abierto que ya tienen cédula y muestras de jabón. Un día
le quise preguntar a mi abuelo sobre su vida para entender la mía y descubrí en
un horno sus cenizas todavía tibias ya
sin modo de encontrar la lengua ni los labios con los que hablaba, y se me deshizo
una lágrima con la que en el fondo quería humedecerle una boca que ya no
existía… ¡Vida perra cómo eres de mal educada!, justo cuando quiero un consejo
te llevas a la única persona que me lo daría sin tener ni íntima idea de lo que
dice, justo como debe ser, justo como quiero que sea.
Ojalá el ser humano hiciese algo bien y por lo menos
extinguiera esta pobre raza de una vez por todas, ojalá se hicieran lienzos de
bajo costo para los artistas con la piel de los ladrones y utilizásemos sus
tripas para alimentar a los huérfanos que ya ni culpa tienen de la enceguecida
paridera de sus padres; así por lo menos no mataríamos una vaca sin nombre para
alimentar a un depravadito venido a menos que se masturba con comerciales de
champú ni trataríamos de darle fuerza a un útero que preñado recoge todas las
desgracias de la humanidad.
Cada grito que me desgarra la garganta me recuerda la intangible alma que a veces no
siento o que quisiera no sentir, un grito ahogado en el claxon de las
multitudes y en las penas arbitrarias que duran un segundo y que conforman, con
el paso del tiempo, la innegable necesidad de suicidio en las personas. Mis
gritos se escuchan adentro, entre
sábanas y amarrado en un cuarto de hotel con un dildo en la mano; con un libro
sin terminar que se detiene abruptamente por una bala de sicariato, que viola
el cuerpo y lame los órganos para explotar en los poemas más profundos que ya
nunca una turba de malandros vallenateros disfrutarán. ¡Vida triste!
Y es que entre tanto odio mal hablado y libros que me
enferman hasta hacerme vomitar palabras, me entretiene el gris y turco aire a
nimiedades que siento en las calles de una ciudad que me escupe en su fuego descerebrado
y me empuja a un futuro que cada día me genera una pesadilla distinta, porque en
esta Colombia querida, aguerrida, robusta, intensa, dispersa, nostálgica,
ridícula, cínica, circular, triste, impía, católica, apostólica, puta,
ortodoxa, homosexual, reprimida, escondida, secretista, mal habida, verraca, regalada,
virginal, vaginal, penetrada, absorbida y secuestrada hay que ser muy valiente
para poder soñar.
Comentarios
Publicar un comentario
Habla amigo, y entra.