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Y la memoria se nos come la mitad de los recuerdos, les pone fecha de expiración y lo envía lejos, donde ninguno de los dos los alcanza ni los quiere. Y la memoria se nos acerca, nos manosea la vida por detrás de la oreja y nos tira, de relleno, tres o cuatro palabras sucias y gastadas. ¿Y nosotros? Hacemos lo que nunca hicimos, nos conformamos con las migajas de lo que fuimos, con los sueños de lo que queríamos ser. 

                Y ayer la luz del sol nos rodeaba el cuerpo, nos calentaba con buenas intenciones. Ayer ninguno pensaba, ni sentía, ni veía que los rayos del sol también queman, fastidian, y al final se ocultan. ¿Mentí?, no, nunca; solo olvidé mencionar que el amor, como la mayoría de los vicios, nos encoge la vista y nos elimina los sentidos; olvidé también, que como todo vicio, tarde o temprano expira y se retira victorioso, dejándonos a todos en la intemperie absoluta de la cotidianeidad. 

                Olvidé, detrás de los párpados olvidé lo primordial del enamoramiento repentino, las cartas sencillas, la ortografía adecuada para hacerle temblar los labios. Olvidé, como si se tratara de una lesión, de un golpe seco y fuerte, olvidé. Y ya los párrafos no se completan, ni los capítulos terminan, y ya los círculos tiene más esquinas que las palabras, más entonación que nuestra voz. 

                Y llega el adiós, el “Good Bye”, el hasta luego. El problema, el silencio, la solución, el sosiego. El disparate de mentirnos, la valentía de besarnos con palabras, de darnos las manos en señal de madurez. ¿Entendemos algo? Por supuesto que no, nos movemos por la inercia. ¿Sabemos qué pasó? Claro, pasamos nosotros enamorados, pasamos nosotros en un plural egoísta, en un “nosotros” repartido por mitades que nadie unió. 

Y la memoria nos come la mitad de los recuerdos, porque la otra mitad ya está podrida. 

Y se acabaron las extensiones, los acuerdos, las tardes, los días, las ganas de seguir contigo, de morir sin ti.

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