Pedagogía Contemporánea.



Aprendimos a vivir del miedo, a caminar con él y a callarnos cuando sale el sol. A escondernos cuando llega el frío, sabiendo siempre que un abrigo no detiene  engaños, ni espantos, ni gritos de callejón. Decidimos por decisión unilateral trotar entre las mentiras de nuestros padres y la esperanza de nuestros hijos; muchos, con suerte no nacidos, otros, nacidos sin querer nacer. 

Quisimos, y nos enseñaron a querer al victimario, a cerrar los ojos y a pedir perdón; a asesinar las esperanzas de vida, a gritar en susurros perdidos, alejados siempre de cualquier extraño, de cualquier oído, de cualquier sonido que no sea nuestra propia voz. 

La mitad del tiempo se nos pasó aprendiendo a ser a prueba de balas, la otra, recibiendo balazos enmarcados de amor; enmascarados en el silencio rotundo de la protesta indirecta, en la naturalización miserable de la violencia que no golpea rostros, que deja traumas que no se pueden tratar. Y no se puede cambiar el volumen de la voz en la cabeza, ni ocupar el vacío sin importar donde esté, porque las luces del día queman los sueños, y las de la noche no acompañan, ni saben, ni son. 

Amputaron, con éxito premeditado la capacidad absoluta de imaginar y construir a partir de la tranquilidad; cortaron, de raíz el potencial de los sueños, cambiaron las almohadas por piedras y tuvimos que agradecer. Y al mirar al cielo nadie ve estrellas muertas, ni promesas vencidas, ni les dan ganas de ponerse a llorar; porque nos enseñaron el mínimo esfuerzo, el salto cobarde, el atajo a la felicidad. 

Somos sábanas gastadas de alegría obligatoria, y nuestra mayor derrota siempre será no saber perder. Somos sonrisas plásticas, ojos brillantes, maquillaje de ayer. Somos espantos felices, vacíos completos, autocrítica faltante, espejos externos, idénticos. Somos errores,  opiniones, prejuicios.
Somos otro, aunque no sepamos quién.

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