Los Tonos Equivocados.
Un continuo
pendenciero y resistente a los sueños, cotidiano en lo íntimo y sonriente en lo
público. Una máscara hecha con los mismos gestos, los mismos rasgos y las
mismas penas del rostro que quiere ocultar. Somos sombras intentando iluminar
vidas ajenas, luces apagadas que no pueden encender su propio corazón.
Una
incertidumbre, una espera inagotable absuelta de alegría y disoluta de
tristezas. Bohemia como grito de revolución mundana en un campo de huesos a los
que les falta carne, en un río de seres humanos a los que les falta valor.
Una suma
sin objetos y sin resultados enteros, estamos en la época de la ambigüedad.
El ambiguo
de lo que se odia tanto como se ama, de las partes descompuestas de nuestra
capacidad de amar. El ambiguo de correr en una carrera de ratas queriendo ser
un águila que no lastima, un león que no come carne, un ser humano que no daña
a los demás.
Es la forma
indecente de ser correctos, la podredumbre bañada en sonrisas que alimenta
sueños que no son propios; idénticos unos con otros, austeros en imaginación,
egoístas y pendencieros en llegar a la cima de un éxito que no existe, y que
tiene en su cuenta más suicidios que un libro de la historia del Rock.
¿Te das
cuenta?
Las voces
de protesta ya no quieren molestar a nadie, el dolor ya no quiere incomodar. La
felicidad no quiere hacer ruido y los muertos ya no quieren recordar. Se quiere
eliminar el racismo hablando de los negros, la desigualdad femenina poniéndole cuotas
a una cultura que no sabe contar; se quiere eliminar lo que incomoda como forma
desvergonzada de ilotismo, como fotografía homogénea de la humanidad.
Hay que estar
ocupados, felices y fuertes en un mundo sin tiempo libre, necesitado de
tristeza, abarrotado de debilidades ocultas y miedos de los que no se quiere
hablar. Hay que estar abiertos en un mundo de puertas cerradas, sonrientes en
la compañía de seres desesperadamente solos, comprensivos ante una masa
iletrada, pacifistas en la cotidiana violencia de quienes
recibieron un golpe antes que un abrazo, un grito antes que una canción.
¿Y
entonces?
Quedan
trozos libertinos de esperanza, suicidas cobardes que aman la vida, artistas
ciegos llenando de color su sueños y un absurdo señor de corbata que al llegar
a casa, notando el despropósito desfigurado de su vida, toma un revolver y se
incrusta el calibre más allá de las ideas, allá donde la esposa y los tres
hijos no lo puedan encontrar.
Sonó el
estruendo de la pólvora y no despertó a nadie, la casa era grande y de puertas
cerradas, cada habitación tenía un televisor y un miembro de la familia que no
recordaba el nombre de su padre.
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