Bitácora


Despierto.

Averiado en el brío inconcluso por mantener la calma, enciendo y apago la máquina que a marchas forzadas intenta seguirme el paso. Soy un bucle de espera infinita, una montaña que al ver caer diminutas rocas en su falda, resbalándose desde lo alto, advierte el colapso inminente pero inexacto que se avecina.

Respiro.

Intento llenar de aire limpio mis pulmones en una ciudad sucia, pero en cambio,  encuentro las nubes grisáceas acariciándome el pelo. Intento sentir la ligereza de la sangre corriendo descalza por las venas, pero en cambio, siento sus pesados pasos calzados con botas repartiendo carencias inequívocas y soporíferas.

Fumo.

Lo borroso se hace natural en las ventanas cerradas, y en la continuidad del sonido monótono de las voces que gritan afuera, confundo el humo que se escapa entre mis dientes con el agua que se estrella con el vidrio y lo atraviesa, inundándome. Haciéndome perder la soltura de los brazos, quedo atrapado en el universo carcelario de mi piel que todo lo siente sin diferenciar nada.

Camino.

Busco una solución incipiente que alivie la penumbra de la pesadez que me limita. Ingiero promesas y botellas de alcohol, ambas adulteradas por la esperanza, ambas vacías al marcharse la expectativa, ambas hechas añicos contra el asfalto, ambas efímeras en el camino a casa.

Caigo.

Ingenuo, recibo en el suelo húmedo la caricia de los golpes invisibles. Ajeno, me disuelvo despacio en todos aquellos anónimos que gritan y sin evidencia alguna, desaparezco.

Soy.

El declive que se sustenta en el escape de mi cuerpo, las hazañas sin vacilaciones que terminan a la mitad. El abandono que perpetuo, consigue derrumbar sin aviso los proyectos mal planteados. El olvido que se postra como polvo en las ruinas de la habitación del Lefeú de Jean Améry, aquél judío que nunca perdonó a sus captores.

Leo.

Siento que se desvanecen las páginas y se derriten las letras, que desaprendo todo, que empiezo de nuevo y en los resbaladizos cimientos de las hendiduras marchitas de mi memoria, se quiebra la temporalidad inocua del reloj que se ha parado, marcando las 3.

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