Infinito (Me Gusta II)

 Me gusta cuando se atreve, cuando sin previo aviso, me mira a los ojos y baila.

Me gusta cuando, bailando, atraviesa el umbral que nos separa del infinito, abalanzándose segura hacia la nada, revolviéndose, chocando con las mesas, con las sillas y con los obstáculos inmateriales de la vida que nos junta y los traumas que nos separan.

 

Me captura con un estruendo los labios, me dice que lo entiende y chocando violentamente con las resoluciones fallidas, se abraza con valentía a una promesa representada por un juego infantil de miradas. 

Parece invencible en su desnudez expuesta y confiada. 


Acostada, cierra los ojos con las manos arriba. Aquella que fuese la señal de rendición imperecedera de los imperfectos que habitamos la tierra, es para ella un inequívoco grito de victoria que señala verdades marcadas en su piel. 

Me gusta porque la encuentro imposible y me excita el recuerdo táctil que me acosa. 

Me atemorizan sus besos húmedos, pero más aún, la perpetua devoción a la que condenó mis manos al tocarla. 


Rendido y alabando a los vencidos, me asfixio buscando sus labios esquivos, deseando que sus palabras me rocen la piel marchita. 

La escucho expandirse mientras canta y siguiendo su voz, firmo una paz injusta que me permite recorrer el infinito de su huesos, desfasando la ruina. 


Me gustan sus ojos que traicionan los reflejos, cambiando de color. Me gusta su exigencia perpetua de instantes, su incomodidad con lo limitado del universo, sus manchas de pintalabios que cuentan historias y sus abrazos prolongados a la nada que nos unen con el todo. 


Me mata su aceleración inminente hacia el caos y el freno sorpresivo que añade a la vida. 


Me enseñó de las dualidades violentas y calmas, de escribir para no morirme por dentro, del eterno retorno al cero, donde se alcanza con las puntas de los dedos, en las madrugadas, al infinito. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Lo que Aguanta un Diciembre sin Sombras.

Luces recurrentes para gymnopédies