Llegar en Ocaso.
Llegar en el ocaso es llegar sin que se haga tarde, pero lejos de llegar temprano. Son las luces tenues que recuerdan una brillantez pasada, es la madera ardiendo que va dejándose ganar del humo y que calienta lo suficiente y nada más.
Es llegar al cierre, sin que nada cierre aún. Es ese espacio de
tiempo suficiente para entrar fugazmente en la vida de todos y hacer un saludo corto sin profundizar.
Es la premonitoria muerte junto a los preparativos de huida. Es el espacio justo entre el anuncio
del héroe que claudica y el silencio que precede los aplausos de la despedida.
Y llego en el ocaso, cuando el frio no es intenso ni el calor molesto. Cuando todos son ya viejos conocidos y cansados; cuando se vuelven renuentes a conocer más.
Llego entre la espera de los impacientes que expectantes
observan la puerta de salida, entre los confiados que se acomodan en sus sillas porque saben
que saldrán al final.
Llego en la entrada tímida de la muerte, cuando ésta no se asienta aún. Cuando la vida reina todavía, ya sin ganas, ambivalente, dejando escapar suspiros cortos de despedida.
Llegar en el ocaso, es entonces llegar para capturar el recuerdo de un
sol moribundo, que fue grande y se retira con dignidad; es llegar para ver nacer
una oscuridad lenta, que sin prisa conoce que vencerá.
Llego en el ocaso de las certezas, en el comienzo de las
dudas, en la melancolía que traen las estaciones de paso, donde todo anuncia
idas y venidas, pero nada se queda, nada se acomoda, nada se materializa.
Y eso significa llegar para ver avejentados los rostros otrora relucientes, para escuchar las voces que suenan imperceptiblemente más débiles y que se apagan. Es llegar para abrazar la sabiduría que creció y ahora se asusta con su madurez.
Es el ocaso, es llegar y detallar
las fisuras imprudentes que se asientan en las frentes de los que sonrieron
mucho; y es lamentar los cráteres de tristeza en las pronunciadas comisuras de
los labios que dibujan un rostro desacostumbrado a sonreír.
Llegar al ocaso es lamentar los ojos que no funcionan igual
que antes, presenciar la lucha de la memoria por no huir y resistir. Es ver la
terquedad de quienes no quieren que la fiesta acabe, y ver a los cobardes huir
en desbandada, junto a los derrotistas aceptar que todo acaba.
Porque el ocaso es la expresión máxima de la belleza
lanzando un grito al cielo por última vez. Un último suspiro de los cuerpos que
lo vieron todo, lo sintieron todo y aún se resisten a las consecuencias. Es la
incapacidad de aprender y la ambigua sensación de haberlo aprendido todo, es la
resistencia al cambio, aunque todo tuviese a cambiar.
El ocaso es el último beso de dos adolescentes desvanecidos por el tiempo. Adolescentes que vieron el amanecer juntos
y que se reencuentran para celebrar, dignos y cansados, en el último suspiro,
este largo viaje hacia la nada.
Pero llegar en el ocaso es traer oxígeno para el último y
cansado tramo. Es un empujón escaso pero suficiente para buscar la puerta
grande y salir de último, cuando ya no quede nadie, ni nada más que entregar.
Llegar en ocaso es aceptar que todos tuvimos mejores
momentos que el presente, es regalarnos el último baile, aunque no sea el más
grande, para abrazar la noche con dignidad.
Porque al ocaso le sustituye la noche, y en ella, las
criaturas extasiadas con su abrazo, abrimos paso a la huida de las criaturas del
sol. Aquí sabemos que sólo quedan reflejos, que solo quedan trozos venerables
de recuerdos cansados.
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