Fórmulas de Tratamiento para la Sinceridad.
Mi historia
con usted comienza con un saludo a medias y un par de miradas sin interés
evidente. Continuó sin futuro, como un no nacido y malformado al que se quiere
por necesidad. Continuó también como una incipiente forma de contactos
divididos entre su capacidad para mantener la reserva sobre cualquier tema, y
la mía de no preguntarle sobre ninguna cuestión. Como si fuéramos ambos conocidos
de toda la vida y no necesitáramos preguntar por los más sencillos temas de todos
los demás. Como si saber sobre sus amigos o los míos, sobre sus amores y mis
rencores no fuera interesante ya, a una altura de la historia que se encontraba
entre la falda más baja de la montaña y el pico más alto del desbarrancadero
donde podríamos resbalar.
Se
convirtió, de repente, en una confianza sin palabras y una confidencia sin
información. Se convirtieron los sonidos en canciones que no sabíamos tocar, en
un concierto donde los espectadores no esperaban nada, y nosotros, dependiendo
del día, soñábamos con el potencial de riesgo de una relación abortada antes de
ser concebida, o con la desértica posibilidad de alejarnos el uno del otro,
como una batalla perdida a favor de la salud mental.
Éramos el
uno para el otro durante dos horas al día, de semana en semana y de mes en mes.
Éramos dispares que no encajan en el juego, piezas de un rompecabezas lleno de
personajes que miraban con desdén. Fuimos dos actores de una obra sin ensayos,
el golpe del tiempo en el destino miserable, que todo nos da mientras nos
agujera el corazón para hacernos sentir incompletos, vacíos, incomprendidos en
medio de la abundancia de posibilidades para evitar un error.
Yo no sabía
a qué hora se levantaba ni por qué lo hacía. Usted no se percataba de mis
resacas matutinas, de mis profundas depresiones enmascaradas de neutralidad y
raciocinio. Yo no sabía cuántas veces follaba al día, al año. Usted no se
imaginaba los sueños que me movían alguna vez.
“Usted”. Entienda esa palabra, y todas las
que desprende como una ráfaga de fusil en un combate, un ataque frontal y descarado,
una última luz en un continuo de sombras. No puedo seguir siendo sincero
hablándole de “tú” porque tutearla se
me hace bajo, vago, blandengue.
Ahora
escuche usted, a quién nunca le dije “usted” por una mala culturización del
respeto.
Usted a
quién traté de “tú” queriendo tratar de “usted”.
Usted porque
es más impersonal, pero más potente, usted porque sin decoro le podría decir cómo
me revienta el estómago verla, usted porque la sinceridad nunca viene en forma
de “tú”. Usted porque sus ojos me suenan bonito ejerciéndole fuerza, usted
porque la lingüística me obligaría a escribirle más poemas, a tocarla más
profundo, a sobresaltarla sin necesidad de “estar”.
Usted porque
el “tú” me suena a prostituta, porque del respeto y las buenas maneras me queda
el malévolo capricho de la mediocridad. Usted porque yo manejo dos
personalidades, y cuando digo “usted” sale la más sincera, la más sucia, la que
más siente y la que menos ve.
Mi mayor
error fue nunca llamarla por su nombre, el suyo fue nunca obligarme a dejar de
escribir. El acierto que tuve fue mantener la distancia, y la suerte se estancó
cuando me enamoré de usted.
La verdad
sin reparo es que yo no existo más allá de las letras si no hay amor perdido
que las sostenga. La verdad de lo evidente es que me obsesiona su capacidad de
perderme, su infinito sonsonete cuando habla, sus labios que no paran de
moverse, sus tratos cariñosos, indiferentes, casi crudos y luego valientes.
La verdad
es que las mentiras se reafirmaron en mi capacidad ilimitada de utilizar el
descaro como mortero. La verdad es que estoy caminando desnudo en un bar que
clausuró sus puertas en los años que prometieron no volver. La verdad es que no
puedo dejar de poner puntos suspensivos en sus despedidas, ni comas insulsas
cuando usted no está.
Usted que
es un fantasma más vivo que cualquier cuerpo, y que se define como una silueta
que no me deja en paz. Usted que no entiende lo que escribo, que no protesta en
voz alta, que lo siente todo y todo lo ve.
Me gustaría
mostrarle por dentro como detrás de mis pulmones negros la sangre me hierve, me
gustaría dejarle ver una parte del cerebro donde se hospeda, la colonización
salvaje que hizo de mi vida, la desproporcionada respuesta nerviosa que tengo
al estar junto a usted.
Quisiera
matar tres cuartas partes de esta historia, dejar solo la incomodidad y el mal
gusto. Dejar la mala ortografía y la honestidad brutal. Quisiera que usted
fuese más valiente, que yo fuera menos tonto, quisiera besarla sin sentir el
cielo, sin suicidarme por dentro, sin querer lo mejor para usted.
Ojalá
pudiera usarla y botarla como un cigarrillo, ojalá usted me diera cáncer por
tenerla cerca, ojalá fuera tan simple como para todos los demás. Ojalá pensara
en sexo, solo en sexo, y la humanidad que la rodea no me asfixiara.
Ojalá fuera
un cabrón y no un poeta, para golpearle la cara y no el corazón.
https://www.youtube.com/watch?v=92qIC_4ii7Y
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