La huida
Cansado de lo inevitable, me escondo entre paredes huecas
para dejar de respirar por un instante. Intento sin éxito, consumirme los días
inacabados que guardo entre las sábanas, y construyo figuras inalcanzables en un
lienzo inexperto que me mancha las mejillas, convirtiendo todo en un desorden fatal.
En el espacio vacío que he atestado de cosas sin valor, la
vida me ofrece una ridícula metáfora del ruido, y en el renacer de las virtudes
que intento ignorar, el estruendo de mi caída me ensordece. Soy un derrumbe
incansable que guarda en sus cimientos quebradizos, el asombro que enmascara la
desesperanza de mirar atrás.
Me convierto en un artesano de metales podridos, un
constructor de cadenas de paja que me recriminan el olvido y la traición a la
memoria que trae el silencio permisivo. Debo alejarme de lo ausente, del despido
premonitorio de mi último encuentro con el punto final.
Con la esperanza oxigenando el sinsentido, el cascarón roto
de los trofeos auto-impuestos me despeja el camino, y en cada paso que doy, el eco
de las cargas que dejo atrás me anima a dispararle al tiempo.
Huyendo sin movimientos bruscos, busco en lo errático lo invariable
de los olores insoportables de la vida. Me alejo, y como un acto reflejo, grito
para despejar los pulmones enfermizos de culpa, grito para despejar el humo, grito
para aniquilar los miedos. Me envuelvo en la contingencia del vacío que me
atrapa, maldigo todo aquello que caduca y declaro rebelión a la transparencia
aparente de mi historia mal contada.
Sin eternidad posible en el futuro cercano, me antojo
invencible al barranco de piedras afiladas que intentaba cruzar. Puedo volar sustentado
en el aire sucio de las sonrisas desdentadas de la mezquindad humana, y a medio
camino de la lucidez, llego a la periferia de lo inmaculado, sonriendo al unísono
con los desadaptados, amando como única forma de vida, renunciando al tiempo
como única forma de sanidad mental.
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