¿Había una vez?

Aquí no hubo un había una vez, se lo tumbaron a punta de bala, de salsa y de rock; se lo llevaron entre los callejones oscuros de grafitis manchados y las pancartas mal puestas del apartamento 3 x 2 con charquito incluido. Aquí se pirateó el final de la película y se les pasó por falta de fondos ponerle subtítulos a tanta tragedia diaria y atraco de andén; aquí también, como en tantos sitios nos llenaron de reinados, de bailes, de conciertos, nos dieron fútbol hasta las pelotas y nos culturizaron con los próceres inmortales que no cagaban ni tenían fe.

Aquí, a unas cuantas cuadras pusieron esculturas de la diosa del agua, levantaron banderas y esculpieron mujeres desnudas para demostrar cultura junto a un barrio con  el apellido de un presidente muerto, un poquito más allá re-modelaron las casas y des-emparedaron los cuerpos de cada muro antiguo, alejaron los fantasmas con cumbias ajenas y sellaron los tubos de escape y los huecos de las tres cuadras turísticas que le recuerdan más al extranjero que a nosotros mismos que tenemos harta historia por contar.

Aquí no tuvimos la mitad del cuento, el desenlace fatal ni el principio bonito color de rosa, pues metieron en una fosa a cada chismosa que quiso cantar. De acá no salió ninguna Mercedes Sosa ni algún Facundo Cabral, aquí solo pinta Botero y escribe  el Márquez con sus putas y sus acordeones vaciados y remendados con lágrimas y “sabor”. Porque es que aquí hasta los izquierdistas usan banderas ajenas y revolcones pasados, porque es que aquí el luto dura lo que duran las gotas de agua en el desierto y se recuerda solo por un momento con monumentos sin siquiera alegar una vez.

También aquí los que lloran lo hacen mucho, los que deberían no lo hacen y los que lo hicieron no se acuerdan de cosa distinta al baile de la muerte y el abandono del sagrado corazón.  Tenemos más pirámides que Egipto y más faraones y dioses que adorar, a algunos los ponemos en estatuas, a otros en los grafitis de la U y a otros en el nombre perdido de un partido político que recuerda más una bofa burlesca que un insulto a la nación.

No hemos tenido reino lejano ni castillo blanco, pero desde hace bastante tenemos mil reinas y princesas, una por cada cuadra de barrio, cada fruta, cada partido, cada equipo y cada milicia que pueda pagar. A falta de Baldor y Aristóteles, como en un cuento sombrío de Baudelaire sin poesía tenemos academias de etiqueta y polígonos de tiro en pre-escolar, un montón de tamales sin amarrar en las elecciones, con mercaditos y bonos resueltos para la clínica de provincia que construyó un Expresidente al que los periodistas nunca le quitaron el título, como él si se lo quito a tantas tierras ahora llenas de caballos europeos y metralla sin cargar.


Pero aquí si tenemos fiestas de todo tipo y para toda ocasión, el mejor alcohol y la mejor música, las “niñas” más lindas y la mayor cantidad de hombres panzones con camionetas y escapularios por metro cuadrado en el mundo, y eso junto con el café - claro está - es un orgullo. Aquí también hay políticos buenos y malos, para matar claro, desiertos, selvas, personas y paisajes hermosos por todos lados. 

 Aquí, aquí se vive, aquí se siente, aquí hay pasión; pero vida puta si que nos falta  memoria propia y viva, una que duela, una que abra la mente o el culo, lo que más duela, a ver si nos damos por enterados que se nos cayeron hasta las bolas y los ovarios junto a los libros, los hospitales, y la comida que en los camiones se nos pudrió. 

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