Sordera.

Quiero metamorfosearme, condicionarme, acumularme en un montón de diminutas partes que signifiquen más que un todo, quiero por otro lado ser cada una de las cosas que pienso y hago, sin divisiones, sin comprensiones obtusas, solo ángulos curvos que me ayuden a tomar impulso; Veo muchas montañas lejanas, llenas de piedras filudas y nieve caliente, arboles grises y verdes que bailan con el viento y saludan al cielo pasivo sin esperar nada. Veo el cemento carrasposo y los charcos andrajosos junto a los edificios tumbados sobre la calle con ventanas rotas y sucias, veo gente, mucha gente de un color y otro, de trajes armados a la medida y abrigos de piel marchita revuelta en crema bronceadora y exfoliante que grita desesperante que le dejen disparar. Veo zapatos gastados, piernas cansadas, senos caídos y círculos perfectos en los ojos de la muerte vestida de autos embriagados de alcohol.

También puedo ver inseguridades escondidas, fortalezas inútiles y debilidades exactas que nunca quisieron salir a pasear; junto con ellas, van de la mano pesadillas absurdas llenas de color, salpicadas de vida marchita y sueños desteñidos que se deformaron con el paso del tiempo. Siento el aire pesado por tantas palabras sueltas, por tanta saliva reventada en besos extraños y pajazos en vano que se suicidaron sin mirar. Creo que nadie presta mucha atención a los detalles, a las generalidades mínimas y las discusiones diminutas sobre la guerra de allá y lo poco que sabemos el uno del otro, cosas que alguna vez tuvieron más importancia que los “apps” que caen como anillo al dedo a quién se le ocurrió que el aburrimiento es una enfermedad y no una virtud escondida en los brazos de la nada sin contexto.

Veo que no pertenezco aquí, a este lugar, a esta época, a este tiempo, a este momento de hastío encervezado con tequila en rebaja y cigarros de ayer; no veo cosas distintas a lo distinto que ya es todo, ¡y qué triste!, la vida se nos convirtió en una carrera por la distinción individual donde lo homogéneo se convirtió en algo tan etéreo que ser casual ya es un reto para cualquiera. Si de creer en un Alma se trata, ya me han dicho varias veces que a mí me engañaron al nacer, que en algún lugar me metieron un alma ya vieja y gastada, una que ya no quería saber mucho más de todo, y que por ello son mis maneras de ver el mundo, tan ridículas como siempre.  Yo prefiero pensar que soy parco entre mis agitaciones internas, aburrido en mi fantasía personal y quieto en mi curiosidad disyuntiva de los libros y la historia.


Quiero metamorfosearme a ver si me hago más pequeño o más grande, más flaco o más gordo, más inteligente o más idiota. Condicionarme también quiero, a mis contextos aparentes, a mis respuestas decentes, a mi manera de proceder. Acumularme por último, en mí mismo, en mis dedos, en mis partes separadas, en mis uniones extrañas, en mi eterno resplandor tibio que no llega a un lugar ni al otro, en mi luz fragmentaria y mis enigmas de cajón, en mi complejidad tan simple como un beso ensordecedor. 

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