Acompañantes
Vuelves, una vez más, como una broma sin remedio que se
empeña en sonreír. Te acercas, estás sola, casi por completo desnuda y llena de
ropa que no te va. Gritas, siempre lo has hecho, con esa voz dulce como el
acero y carrasposa como las rocas del acantilado donde me empujaste un día para
mostrarme el cielo. Susurras, despacio, agitada, sin hablar. Gritas tanto que
solo yo en un eco puedo escuchar tus susurros desesperados, tus sueños
inconclusos, tus desilusiones forzadas y tus ganas infinitas de callar.
Estás sola, y aun así vienes acompañada de una cohorte de
soldados de tela y sal. Algunos van forrados con terciopelo como tus manos,
otros pintados de gris como tu luz. Estás sucia, con la piel perfectamente
limpia y el cabello brillante, estás sucia, pegajosa, destruida. Estás
desesperada, pero solo yo lo sé.
Me odias por saber lo que sabes y querer lo que quieres, por
ser una sombra molesta, una vista intrépida y un borracho sin fin. Me odias por
mis deseos insulsos de amarte, por mi incapacidad de quererte, por mi
resistencia al dolor. Me odias como a un espejo parlante, me odias como a tu
madre la amante, me odias como a tu padre el bufón. Te odias en mí, con las últimas fuerzas que te
quedan para ser feliz.
Las razones no sobran cuando no existen, los sueños no
duermen tus noches sin fin. Abandonada, lo estás, errática, presente, disiente,
funcional, perdida, sin nombre, sufrida, venida, ahogada, furiosa, persistente,
insistente. Porque las dos últimas son tan distintas como la filantropía y tú.
Vuelves, nunca más, sin bromas asesinas ni sonrisas en
festín. Te acercas, estás sin mí. Te acompaño el tiempo que no cuentas y los
días que pasan sin darte cuenta. ¿Gritas? Ya no se escucha, tus ecos se
perdieron por el agujero de atrás. ¿Susurras? No, ya entendiste que el silencio
apremia, que tus labios callan para que tu cuerpo pueda hablar.
Una dulce introducción a un comienzo inconcluso, a un sinfín
de palabras finitas en la universalidad de unas pupilas gastadas. Un disidente
final que todos esperamos, un dolor agudo en el estómago que no se reporta
hasta estallar.
No entendiste el plural de tus mejillas, las lágrimas
compartidas ni el unísono de las palabras, no entendiste los pasos a cuatro
piernas ni los caminos amedrentados. No entendiste una vida para dos ni las dos
copas para una sola botella, no entendiste lo que acabo de escribir, no
entendiste que te amo. Amé. Con tilde inconsecuente que no se borra porque ya
fue.
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