Ruido
El ruido parece
llegar de todas direcciones, bombardeando los oídos como el taladro que penetra
una pared y deja caer el polvo que opaca
el color de cualquiera que sea el objeto en el que se pose a descansar. El ruido
no cesa, no disminuye ni aumenta a pesar de los gritos y las súplicas, no
comprende llantos ni razona con los argumentos que chocan con él y caen sin
respuesta.
El ruido no
proviene de un lugar específico, algunas veces, al levantarse, lo escucha entre
las paredes de la habitación danzando por las tuberías escondidas que se pudren
en silencio con los años. Otras, ve palpitar el suelo como reflejo del
insoportable ruido, que se escapa al querer pisarlo, al acercarse a él. Cuando
se sitúa en el techo, el ruido parece fuera a derribar el concreto, sin ningún
tipo de violencia lo exaspera y cual gota que penetra el asfalto con paciencia,
se sitúa en su espalda cuando la busca, y frente a él cuando cierra los ojos
desesperado, queriendo escapar.
El ruido se ha
situado con éxito en el cañón del revolver que él se pone en la cien y dispara
sin éxito para encontrar silencio. El ruido no tiene problemas para adaptarse a
las sábanas arrugadas con las que se envuelve cuando intenta dormir.
El ruido aparece
en las voces suicidas que vienen de su cabeza, y en el acento extranjero del
psiquiatra que lo quiere medicar. Aparece también en el agua cayendo en su
cabeza cuando se ducha, en la fricción de los grifos cuando quiere detener el
agua y salir de ahí.
Si Dios existiera
estaría en todas partes como aquel ruido, que lleva en el viento la voz que no
se detiene y él no sabe descifrar. Si el demonio se presentara pediría consejo
al ruido paciente que se esconde debajo de la cama, que se cuela por las
ventanas, que se postra en los dientes cuando los quiere lavar.
Él, impaciente,
escucha el ruido en su estómago, sus tripas, su pecho. Aterrorizado, oye al
ruido corriendo por sus venas, amigo de su sangre. Casi puede verlo asentándose
en su brazo, susurrándole sin cambiar el ritmo, que ya no le pertenece. Intenta
cortarlo, pero el ruido escapa y solo los chorros de sangre salen de donde el
ruido ya no está. Quisiera rebanarse la piel, pero el ruido encontraría la
forma de quedarse en sus órganos, y aún si se los quitara, en la muerte lo
acompañaría sin dudar.
Rompe las paredes
donde cree escucharlo, abre huecos allí en el suelo donde lo quiere encontrar.
El ruido se sitúa en los párpados de las personas a su alrededor, luego en sus
lenguas, gargantas, estómagos. Sigue sin encontrarlo, sigue estando detrás de
él.
Si el ruido
hubiese tenido un plan habría logrado cualquier cosa, pero las conjuras no se
le dan bien a la locura, que como una mariposa se postra y nunca más se va.
Comentarios
Publicar un comentario
Habla amigo, y entra.