Invisible.
Todos se han ido ya de un lugar en el que nunca estuve, se
han marchado sin mayor despido y el único saludo que conseguí fue el mismo que
sale de mi boca. Nadie me ve, nadie mueve sus ojos ni advierte que estoy cerca;
soy invisible para un mundo que no parpadea, un mundo sin pestañas. Un montón
de mujeres sin lengua para hablar.
Van de un lado a otro, la mirada fija al frente y la espalda
recta cual soldados dispuestos a morir en una guerra silenciosa sin sonido ni
banderas. Van vestidas igual, van oliendo igual, van pensando lo mismo. Son
ecos muertos sin palpitación alguna, ecos de lágrimas y dolor que yo causé, son
los reclamos sordos de un amor sin residuos, de un montón de besos que no quise
dar. Van riendo, de mí. Van gritando, para mí. Van odiando si querer que yo
respire.
Tengo un cajón lleno de groserías etiquetadas de la más
bella a la más real, un bolsillo de fotos quemadas que recuperé del cementerio
y una prenda de cada una como un trofeo a la soledad. Tengo un cuarto al fondo
que se esconde tras la puerta de un closet olvidado, una muñeca con los ojos de
una viuda y los labios de Jazmín.
El marqués me enseñó a amar con el alma, y mis dedos
delgados son serpientes sin lengua que saben hablar. Soy una sombra envuelta en
siluetas, una danza sin pies que no quiere terminar. Soy carne unida con
vestidos de seda, un monstruo sin noches ni luna, un bello sueño que no pudo
ser real. Soy sábanas húmedas de madrugada, llanto que no cesa con un cuento de
hadas, el pronóstico más favorable de un suicidio sin azar.
Ya no escucho gritos bajo mi garganta, me corté la lengua
para no recitar. Ya no está mi novia llorando, le colgué los ojos para ponerlos
a secar. Ya no canta el viento ni susurran las sirenas en los hospitales, ya
soy invisible hasta que me vuelva a enamorar.
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