Señorita sin Sentido


Ella era llanto más que carne, tristeza envuelta en huesos, sueños rotos y pastillas de 3 a 6 para poder dormir de noche. Era una aguja sin hilos y sin venas, un éxtasis rodante sin trabajo, una vagabunda virgen, una ramera que se hacía respetar. Era mi copa rota, mi whiskey barato y mi despertador ausente en las mañanas sin sol.  Ella era dos senos andantes, un brasier sin colgantes y un cinturón robado de papá.


Representaba el vicio bello de amar a lo que no se debe, la ilusión partida en rodajas de pan duro y leche cortada para desayunar. Representaba la mortaja o el vestido de los difuntos, el cántico burlesco y la ropa sin colgar; ella era el demonio que olvidaron quemar, la bruja del santoficio y los libros sobre bondad.

Una Prima ballerina assoluta sin entrenamiento, rebelde desde la cintura y libre tanto como quisieron sus pies. Una belleza sin figura que cantó estando muda para engañar al cielo, para suicidarse cada día con su pelo, para quemarse la garganta con Gin-tonic día a día después de las tres.

Paralela entre sus curvas, disidente de un mundo que no la quería encontrar. Asesina de amores sin futuro que le dejaron varias cicatrices y un antibiótico viral. Cuando murió tras la puerta sin aire y sin poesía nadie notó que su piel era el reflejo del todo y la nada de las experiencias indiscretas de una vida libre, una vida que solo vive en letras. Ella no quería vivir cien años, ni morir envuelta en oro, ella siempre quiso caminar desnuda, y sin ropa también.


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