Familia
Cuando llego al borde y los ojos se resecan y pierden su brillo, cuando pican,
cuando piden a gritos que el parpadeo sea lento; entre el dolor de espalda y
los pulmones reventados, aparece usted. Cuando los pasos han dejado atrás el
eco, intentado correr más rápido que el remordimiento; cuando el aire pasa tan
rápido por la boca que atraganta las palabras y enmudece el corazón.
Justo pasando entre el cómo y el cuándo en que perdimos la
dignidad que nos quedaba, justo cuando el hígado está en fiesta, reventado, y hasta el agua parece gasolina de
motor. Cuando pica el cuerpo, cuando incomoda el alma, cuando se agotan los
tiempos pausados, aparece usted.
Usted silencio, usted derrota, usted que es un grito
desesperado, embriagado, vagabundo. Y ahora esos gritos de frustración, que se
quiebran en el viento medio frío y medio muerto se me escurren en las paredes,
se llenan de inercia y pierden sentido. Se quiebran las vidas, se asustan los
sueños, se mueren día a día las ganas, los afanes, las sorpresas; Estamos
solos, ahora y siempre cada uno de nosotros, únicamente nosotros y nuestras
compañías, ya tan inservibles y gastadas como las alas de un ave que vivió encerrada
en un cajón.
Los
perdedores toman sus armas y se disparan a diario, fallan.
Loa cansados
de la vida intentan dormir con pastillas, despiertan.
Loa ahogados
buscan aire y desesperados lo encuentran, sucio.
Los poetas
se marchan, se van.
Y ahora quedamos las ruinas y las camas destendidas, jugando
a imaginar que pasó la tormenta, que llegó la calma, que la familia es fuerte,
que hay alguna solución. Y la realidad nos golpea, como aullándonos temblorosa,
nos recuerda que todo se acaba, casi siempre, de la peor forma posible.

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