Cúmulos Rotos.



No quedan minutos en un reloj cansado de mostrar el tiempo que perdimos, ni alientos vespertinos que nos muevan de la cama ahora solitaria y fría, recordándonos constantemente las amputaciones emocionales que acompañan la vida, que nos hacen amorfos en el mundo que no queremos entender. 

No quedan sontas nocturnas, teatros abiertos ni obras de arte sin desfigurar. No quedan besos cálidos, ojos cerrados, engañados, vagabundos. No quedan prostitutas sentimentales ni hombres caritativos que quieran ayudar; no queda nada, no queda usted. 

Ya no acompañan al frío la lluvia y las estrellas. Ni los gatos maúllan al escuchar voces desprevenidas, risas perdidas en el silencio. Ya no somos el pasado que duele ni el futuro inventado con el amor idiota de los sueños. 

Somos el presente pesado y demoledor de una casa que cierra sus puertas, que esconde tras sus paredes el llanto seco y la vergüenza que trae consigo la derrota, las cosas rotas, el corazón podrido, dividido, asustado, vengativo. 

No quedan más que residuos sucios y cobardes, promesas detestables y olores dulces que se convierten en cruces que tenemos que cargar. No quedan abrazos que reconforten ni almas que soporten su propia existencia; no quedan libros viejos ni palabras nuevas, ni hijos bastardos, ni fotografías que no llamen muerte lo que fue bueno, constante, infinito. 

De lo infinito queda el desengaño, del amor la locura amarga, de los dos solo partes rotas, silencios incómodos y canciones sordas que nadie escucha y que solo los mudos pueden cantar. De los proyectos quedaron los fracasos, de los plurales las navajas de cirugía que nos amputaron las ganas de ser un par. 

De los poemas quedaron las comas y de los puntos suspensivos solo la inseguridad de lo que termina, la soledad que sabe a despedida, el dolor de sentirse inservible, vulnerable, patético en su pretensión más profunda de querer amar.

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