Esa, que olvidó “Vivir”
Solo fue un disparo, directo al alma sin tocar los huesos,
sin heridas, ni cicatrices; un buen beso entre sus lenguas cansadas, entre la desilusión
de lo común en lo divino, de lo bastardo y lo prohibido. Solo fueron unas
cuantas palabras que se atragantaron de tanto amor, con sus puntos bien puestos
y suspensivos, entre las cobijas de la broma mal plantada del engaño ya vivido,
un ciclo sin terminar que hiere cada noche como si fuese la primera vez.
Sus labios están gastados y rotos, partidos a la mitad por
la mala vida que les dio, por las palabras que no dijo y por el veneno que
sobró; su rostro, envuelto en otras carnes se perdió de sí mismo y ahora no se
encuentra detrás de las capas de mentiras color canela y las pestañitas sabor
limón; su cuerpo, mapa insípido de la utopía, ha recorrido todos los malos
caminos que las buenas mentes pueden relatar, ha bebido sangre y vino, ha
comido carne en festival de invierno y se ha desnudado en la mitad de un
hospital.
Muchos dicen que sus pies conocen el infierno, que sus
piernas se enloquecen en la mar, que de su voz casi no se habla, porque las
palabras no son su fuerte, aunque le atraganten las frases en licor, y entre
perfumes no le escuchen los latidos ni la respiración. No saben bien su nombre,
tal vez, en medio de tanta belleza, nadie se lo preguntó.
En el espejo ella ve los retazos mal hundidos de un cuerpo perfecto
que no dice nada, un mundo detrás de su obligo que se viste de azules vistosos
para no mostrar las marcas ciegas que dejaron sus sueños rotos; ella no quería
más que aprender, y en la mitad de los libros se chocó con los amargos
capítulos de la ciudad de Dios.
Nadie nunca le preguntó nada en el fondo de los bares,
mientras la mujer sea bella, no hay que saber ni el nombre, y a veces ni su
dirección; nunca le dijeron al oído mayor cosa, solo susurros pervertidos de
poetas mediocres y frases usadas en mil bocas más. Nunca escribieron sobre
ella, nunca contaron la verdad.
Se despertó una mañana pensando, como hace tanto no lo
hacía, se despertó preguntando qué será de tantas ideas, para luego darse cuenta
que se había perdido de sí misma, que se la había comido la ciudad vulgar y no
había conocido la poética bohemia de las calles más allá de los sitios caros.
Lloró unos instantes y luego supo que había gastado su vida en cuotas vacías de
bancos abstractos; que tanto éxito le había costado tres trozos de alma y le
había embargado los sueños, que la vida le costó la vida, y en la mitad del
camino, nunca se detuvo a pensar.
La verdad que nadie preguntó decía que ella fue tal vez la
mujer más inteligente, más sagaz y aguerrida, que detrás de sus ojos perfectos
habían tres mares y un océano, cada uno con mil letras sin puntos finales; que
más allá de sus curvas demenciales, habían dos carreteras directas al alma que
se cerraron por falta de uso, mientras las otras, tan rectas como vulgares, se
le fundieron por doble calzada una vez al mes.
Nadie sabía qué hace dos años ella creía que el sexo era divino,
nadie le dijo cuán importante es mantenerse vivo; ella sabía que abrir las
piernas significaba danzar, más allá de las noches de suspiros agitados, era
una de esas mujeres que creía que los griegos, en medio de su locura tenían razón,
y que el cuerpo era un templo, uno que como muchos otros, por el horrible
pecado de la belleza, se profanó como se profana la tumba de un escéptico bajo
una cruz.
Las calles sucias de una sociedad endeble le pudrieron los
sueños y la volvieron simplista, dejó de caminar acompañada por el cigarrillo y
tomó con sus manos a tantos hombres como pudo, sabiendo que la mitad de ellos
no sabían de la existencia de Borges, ni entendían porque La Rayuela se podía
leer al revés. Ella no encontró en el fondo de la candelaria los salones de
poesía, ni debajo de los bares los expendios de literatura barata, de calidad. A
ella se le fue la vida cuando prefirió tres brillantes que tres hojas de papel,
y se le acabó la nostalgia con cada trozo de miel.
Se le acabó la historia porque no la quiso escribir, pudiendo
ser distinta entre versos se conformó con arlequines, con disfraces y carmines,
así como al resto. Ningún hombre la conoció por que prefirieron preguntarle por
su vestido en vez de hablarle del destino, de las casualidades de Kafka y las rebeldías
de Dante. Ella recordó una mañana de guayabo, llamado así pues la resaca es
para lo profundo, y de profundo hace rato no entendía, que hace seis años y dos
días quería estudiar literatura, que hace tres había caído suicida en la mitad
de la tina, que hace dos no recordaba nada más que lo presente, que ayer se
había olvidado de sí misma de repente.
Tomó tres pasos y un refrán, se cortó con dos libros de
poemas y un cuchilla de afeitar, dejó escritas tres frases propias y otras dos
que recordaba, y ya que nada importaba, abrazó a Shakespeare mientras cerraba
el telón de sus parpados, quería por lo menos una muerte digna, para ver si en
otra vida si lograba ser escritora, ya que para economista, tenía tres tintos y
un clavel.
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