Ingredientes



Los ingredientes para una bomba pueden estar en un poema, en un libro, en un cuerpo o en la piel; los ingredientes para joderse o hacerse feliz están en un poema, en un libro, en un cuerpo o en la piel. La preparación es simple, cuando leemos un poma sentimos ganas de vivir, de matar o de morir, dependiendo de la fluidez del texto; en un libro, por el contrario, la preparación lleva más tiempo, y por esto, la felicidad puede ser tan intransigente que ni se siente, o la tristeza tan penetrante que nunca se va. Como todos saben, leer es un deporte extremo, leer nos lleva a los confines más oscuros y más claros, nos conoce, nos masturba, nos retuerce y nos lleva tan lejos que muchas veces luego de leer no podemos siquiera registrar en palabras esa sensación en el estómago que genera un gesto de satisfacción venenosa en el rostro.
Muchos dicen que quién lee poco es  más feliz, que quien lee mucho se enloquece, que el que lee bien se enferma de desesperanza y el que lee por leer tiene sexo por las noches. Estamos en una cultura donde los dobles sentidos están servidos ante nuestras caras, los untan de mierda y los bañan en perfume para todos los gustos, unos dicen que leer es un hábito importante, que de allí salen las buenas personas y las buenas costumbres, que de allí sale la crítica, que los libros son buenos. Seguro quienes dicen eso no han leído a Coelho y no han visto a las cuarentonas llorando por él junto a las niñas quinceañeras que creen que son más fuertes porque gracias a sus libros de superación, olvidaron depresión de los peluches suicidas de las camas y las arrugas de las mañanas. Dicen que se quieren más.
Otros muchos dicen que no hace falta leer, que la experiencia es mejor y que de ahí debe salir todo lo que necesitamos, los que hablan de “la universidad de la calle” y se esconden en razonamientos tan típicos como la realidad social y la pobreza, seguro ellos son tan pobres que no pueden imaginar un peor mundo en Bukowski o uno mejor en Tolstoi. Seguro a ellos nunca les hablaron de las poesías políticas de los años depresivos de Borges ni Mendoza. Algunos otros hablar de leer y solo viven para ellos, los nuevos alternativos de un mundo alternativo, y ya saben lo que dicen, si eres dos veces lo mismo te anulas, como en una simple ecuación matemática. Ya sabemos todos de los niños “papi, mami” que compran ropa desgastada y sufren con los pobres con un libro de marihuana al lado, diciendo que la legalicen, hablando de guerra cuando ellos la financian cada doce u ocho horas.
Para el cuerpo las cosas se ponen peor, todos creen ser buenos amantes y los que lo son no se la creen;  del sexo se habla, se vende, se reza, se empata, pero nunca se aclara. Que los orgasmos son difíciles, hasta para los hombres, porque venirse no es lo mismo y eso aplica para todos. Pero hasta en eso nos llevamos al facilismo; si se viene ¡lo logramos!, y si nos venimos también; la sociedad de los venidos, viniéndonos en todo como si eso fuese realmente la culminación del algo. ¿Dónde quedó el suspiro más allá del calambre? ¿O la intrépida mordida más allá del gemido tan fácilmente repetible? ¿Acaso nos quedamos esperando que salga también una aplicación para medir los grados de excitación y los buenos métodos de penetración?.
Ni se hable de la piel, el órgano más grande y el menos utilizado en cualquier lugar. Lo tapamos con polvos, con cremas, lo escondemos con colores de menstruación, lo cortamos lo traemos, nos venimos y ni puta idea para qué. Los ingredientes para todo son un poema, un libro, un cuerpo y nuestra piel, pero como ya sabemos los poemas se los damos a cualquiera, los libros los vendemos por negocio, el cuerpo lo negociamos por placer y la piel la quemamos con cigarro.
Si pudiésemos leer un buen poema en la mañana o en la tarde, un libro una vez al mes, mirar y besar un cuerpo una vez a la semana, y mirar nuestra piel de vez en cuando podríamos seguro deprimirnos mejor, como lo hacían los literatos de antes, así entre botellas de whiskey y cerveza barata pero lejos de ser vulgar, se escondían en la oscuridad de sí mismos, en sus poemas y sus libros. Como cuando vemos un borracho cotidiano caminando, sabes que es bohemio si nos habla de Baudelaire  y sabemos que es cantinero si nos habla de Fernández, el Vicente. Si tuviésemos esos ingredientes también seríamos alegres, no buscaríamos la felicidad, porque un poema, un libro, un cuerpo y una piel no dan felicidad sino alegría, dan virtud y levedad.
Que se depriman los que quieran, pero que lo hagan bien, que se alegren todos, si saben por qué; pero cuando se mira por la ventana luego de la pesadilla nocturna con resaca y mal aliento, a uno no le queda más que leer un poema de Becker, para desanimarse, un cuento de Bukowski, para embriagarse, un libro de Granados, para criticase. O un poema de José para alegrarse, una historia mal contada de Chomsky, para elevarse, y un libro de uno mismo, para inventarse. Que lean los que leen y escriban los que escriben, porque con “Acciones poéticas” más bien patéticas no se logra nada, y definitivamente leer no nos hace mejores, no se coman ese cuento.
Ya nos hablaba Bauman de la desesperanza y la liquidez, aunque los antropólogos lo odien, nos decía algo que ya sabíamos, que no somos nada y dejamos el todo a un lado para no encartarnos, que de palabras ya no sabemos y que las que inventamos no tienen fuerza, porque ¿para qué? Si el mundo ya se fue a la mierda ¿por qué me voy con él?  Se nos olvidó que luchar era más que tirar piedras y salir a marchar con cantos que se inventó un capucho, se nos olvidó que lo sublime es doblemente bello, y que los grafitis si son arte, cuando no dicen el nombre de la plebeya “lady” que aman, y que los colores y balones valen menos que un puñal.
A que le jugamos si la gente se mata por jugadores y por santos, si en el monte se pelean por droga y aquí creemos que es por valor; a donde nos vamos después de escuchar que nos espían, que nos miran hasta viendo porno, que los celulares nos siguen, que le dependemos al mundo, y si se apaga el “Smart” nos perdemos, porque ahora la inteligencia es de los aparatos y no nuestra, porque ahora el amor dura tres pases y un “plom”. A mí que me dejen la botella de Jack y los Malboro, que si me mato me acordaré por qué. Que mi madre no entiende de rapidez y arrogancia, que ella si es sabia. Por lo menos si nos morimos debemos recordar, que no nos podemos quemar sin estar encendidos. Eso sí es verdad.

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