Yo no sé
No me siento bien escribiendo y no encuentro el punto final
de las comas mal puestas, no sé leerme después de escribirme, no sé darle levedad
a los párrafos en medio de tanto peso en prosa; No sé cómo sentirme, si al
revisar cada cosa, a cada palabra quisiera borrarle un nombre, una tilde, un
perfume o un acento, no sé qué decir cuando hay tres palabras que tienen
sentido en cada frase, si el resto me parece relleno, si no encuentro mi cabeza
de lleno para imaginar nada, para sentir nada diferente, bueno, dinámico.
No encuentro momentos perfectos para escribir, entusiasmado
se me traban las letras, deprimido se vomitan y parecen sopas servidas en un
burdel, triste se ven parcas, alegre
exageradas y románticas ridículas, todas en analogías inventadas sin ninguna
gracia. Soy repetitivo, instintivo, temático y aburrido, la mayoría pierde el
hilo, el interés, las ganas, no hay como atar a nadie a un montón de ideas sin
organizar.
Se me van buenas ideas, se hunden en mareos, en pereza, en
problemas técnicos con el teclado, que le falla la “e”, que devuelve las letras.
Hoy quiero botarlo todo, hoy quiero quemarlo otra vez, hoy quiero que se me quiten estas ganas de escribir,
este vicio barato, este todo, esta nada traicionera, estas letras sin dueño, estas
letras sin mí.
Cada cuanto miro atrás y no veo en las hojas lo que quise
palpar, no veo historias buenas, a todas les faltan esquinas, les sobran detalles,
a todas se les alargan las palabras, se les pierde el sentido, y yo ya no sé,
escribí un cuento corto, uno partido en cuatro y otro se quedó a la mitad, todo
aburre, todo es tedio, y ya no sé, que me quiten los teclados, los dedos, las
manos, que me quiten ese “no se qué”, que me quiten el silencio y las
estrujadas nocturnas del estómago, las mañanas despierto y solo, que me quiten
las tardes lluviosas, los domingos soleados, eel perro en la cama y la botella
en la almohada.
Hoy no quiero saber de nada que se escriba, no quiero
escuchar el sepulcro vivo de Dostoievski, ese que abandoné a la séptima página
por estar bien hecho, no quiero saber cómo habló Zaratustra, como se envolvió
en sí, como se acabaron los tres hermanos, en que nubes está el opio, en que jardín
el cadáver apenado de Raskolnikov, ni las mil lunas de Calderón. Hoy amo tanto
las hojas en blanco, que no quiero escribir una sola línea más. No hoy.
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