Una Mente Enferma
Hoy, mientras caminaba tranquilo y fumaba lentamente un
cigarrillo, veía el humo irse tras los transeúntes que
pasaban apresurados y cansados, de repente, un hombre paso muy cerca, rozando
mi hombro con gesto de desagrado, parecía estar enfadado por
algo, recordé cuando mi vida estaba llena de odios y amoríos,
ese tiempo cuando tenía algo que contar a la gente que me rodeaba, sonreí un
momento y caminé hacia una pequeña montaña de pasto seco, me senté y prendí otro
cigarro; esta vez la brisa era tenue y los caminos parecían vacíos y
a lo lejos, una pareja joven caminaba en mi dirección, ella
hermosa sonreía mientras ondeaba su pelo, el un poco más
serio, cogía su mano fuertemente, parecía que en sus ojos había
miedo, sin embargo, me llamó más la atención la joven, pues
parecía sonreír por inercia.
Sus ojos eran vacíos, y no había mas ruido que el producido
por sus zapatos, un ruido constante y cansado; entonces miré hacia el cielo,
donde se divisaba una nube negra en forma de rosa, y me pregunte por un
momento, ¿qué había pasado conmigo?, muchos,
recuerdan épocas donde gritaba y reía estruendosamente con
una cerveza en la mano, cuando disfrutaba un bello momento sin querer estar
solo, aquellos días más brillantes donde sonreía naturalmente
y las emociones duraban más que un respiro, pero sobretodo,
cuando podía tomar enserio a una persona, aquel momento donde llegaba
a interesarme lo que sucediera con los demás. Perdido en un momento en mis
diversos pensamientos, un ruido seco despertó mi introspección,
volteé a mirar despacio y pausado, la pareja corría riendo, ese viejo
juego donde todos podían perder, ella lo perseguía mientras
el la miraba sin parar de correr, en mi cabeza rodaba lenta una melodía de
Chopin, un nocturno en Re menor, un preludio fatídico. Pude notar que ninguno
se percató del lugar donde estaban, sus
ojos vacíos no percibieron el peligro que venía a su lado,
el tropezó con un pequeño anden que separaba la calle peatonal, y
cayó en el mismo instante en el que un carro aparecía frente a él, no
pude llegar a notar su grito, pues se vio sofocado por el de su bella novia,
con su bella cara llena de bella sangre, y sus bellas lágrimas; otro joven en
su nuevo carro ahora agrietado, acababa
de cambiar su vida mientras ella arrodillada gritando y llorando, me miro por
un momento, sentado en esa montaña de pasto seco, imagino que veía borroso
y húmedo, imagino que querría decirme algo tal vez, no pude saberlo,
mi cigarrillo termino con un grito de dolor, pero
no quería pararme de allí, solo quería contemplar la
imagen en silencio, con Chopin y mis demonios.
Me hubiera gustado poderle decir a la linda mujer que su
vida había acabado, y que ahora se sentaría en
un montón de pasto seco a ver a los demás reír y
llorar, porque su lagrimas acabarían pronto;
me gustaría haberle podido decir - ¡bienvenida!, ¡ahora nadie podrá entender
lo que sientes! – y sonreírle, pero ni siquiera pude pararme
de allí, intentaba buscar dentro de mí un sentimiento adecuado para ese
momento, buscaba en los viejos archiveros del corazón el papel adecuado, pero
solo sentía silencio, así que me paré, y caminé en dirección contraria,
hacia un pequeño árbol a no menos de 6 cuadras del lugar del
accidente, quería subirme en él y olvidar que era parte de ese gran
mundo que no paraba de moverse, pero recordé, que no era
percibido así estuviera caminando en él, así que
solo seguí caminando sin saber a dónde ir.
En el cielo, el tono rojizo y carmín del atardecer
muriendo teñía el horizonte acompañado de una luna clara y
casi imperceptible, transparente, que esperaba paciente que el sol se
escondiera; al pasar por una calle no muy bien decorada, divise a un
hombre sucio y puerco acostado en medio, con una jeringa en
la mano, tenía los ojos desorbitados y la boca abierta con saliva en
el cuello; me detuve a observarlo pues su rostro en medio de tanta inmundicia
se me hacia familiar, él me miraba, aunque yo sabía mejor que nadie que no
me podía ver, solo veía seguramente su propio mundo, algún
conejo blanco y una fiesta de té, pero
lo reconocí al instante, era un viejo amigo, con el
cual solíamos romper algunos vidrios en iglesias cercanas en el viejo
barrido donde crecí, era una sorpresa verlo en ese lugar, siempre se negó
al whiskey, - ¡Qué bueno que yo no!, pensé - empecé a recordar esos viejos
tiempos, cuando comíamos golosinas y mentíamos a las
viejitas mientras salían de su
casa, también esos días cuando golpeábamos a
niños más pequeños; mí vida había cambiado mucho, había perdido
el gusto por golpear a la gente, por hacer sufrir a alguien por diversión.
Después de tanto tiempo, eso se convierte en algo natural, y deja de
ser interesante, solo se convierte en una rutina, ser corregido, gritado y
pisoteado, sonreír frente al ensangrentado pastor miedoso y
regordete, gritarle, que me griten, ya
nada de eso me hacía sentir bien, pero tampoco me hacía sentir mal,
simplemente, era como mirar una pared blanca, buscas una grieta en la cual
centrar tu atención, pero ella nunca aparece, así que la
imaginas, pero sigues sintiéndote igual, en busca de
una emoción; hace mucho que me perdí en esa búsqueda, creo
que fue cuando estaba ebrio que la perdí junto a mis llaves, fue hace
mucho que me di cuenta que nada me hacía sentir realmente bien, solo
no sentía nada, ni siquiera tristeza, solo un absoluto
silencio interno. Al principio, acudí a viejas amistades, pero era
tarde, todos tenían problemas, y
mis excesos me habían quitado muchos
conocidos, había poca gente confiable a la cual aun
no había defraudado, o amenos eso creía; intente
contar mi historia de la manera más creíble, más sensible, pero solo
salía como una lectura aburrida de mis labios, sin emoción, sin una pizca
de nostalgia, nunca escucharon, así que solo las letras me
ayudaron, ellas nunca abandonaron ese pedazo sensible de mi, ese
pequeño lugar donde se creaban versos que hacían sonreír y
sonrojar a tantas personas, ese lugar donde nacía el núcleo de admiración hacia
lo que fui, leí muchas veces mis antiguos escritos, era pasionales y
reales, pero ya no, hacía falta algo, pero no se que pueda ser, esa parte viva
que hacía que siguiera escribiendo.
Entre tantas letras recordé que aquel hombre
que veía tirado y olvidado, fue un gran amigo, pero no estaba en condiciones
de ayudarlo, ni siquiera podía encontrarme a mí mismo, ¿cómo
encontrar al resto?, solo un suspiro salió de mi boca, prendí un
cigarrillo y soplé; soplé y aspiré por salir de allí, por enamorarme, por
matarme d una vez. Después de tres o cuatro minutos irrelevantes, puse mi
ardiente y quemado cigarro en su frente; para mi sorpresa despertó de
su trance intentando atacarme, pero sus movimientos descoordinados y
deplorables, solo lo hacían quedar en el asfalto ridículo y sin
disfraz, no sé por qué razón lo hice, pero lo patee con
fuerza, haciéndolo chocar contra la pared, no sentí pena,
pero tampoco fue gratificante, solo pasó, como pasa la vida.
Fui hacia mi casa y al abrir la puerta el silencio no solo fue mental, todo
estaba oscuro casi espectral, al entrar a mi cuarto pequeño, oscuro y cualquier
cosa menos acogedor, me senté en mi cama e intente escribir
algo enérgico, algo que pudiera despertar ese trozo de carne que aun no se
pudre, pero no sucedió, ahora, después de tanto tiempo de haber
cambiado me preguntan sobre mi condición, - ¡un psicólogo! – dicen -
¡eso te ayudará! pero ya es tarde, porque ellos no saben lo que
es hundirse en el pensamiento más puro, ese donde no
hay sentimientos ni formalidades, donde no hay nada más que silencio,
ellos no saben lo que es ser golpeado por un espejo cuando ya estás derrotado,
no saben lo que es el dolor, ni siquiera saben lo que es la
tranquilidad, esa que tanto buscan, pero que aseguro cuando encuentren, no les
va a gustar.
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