Heroína Muerta.



Se llenó de heroína las venas del alma, inyectando cada dos horas tres soluciones medidas sin mucho interés, se pintó los ojos de colores, con una sonrisa y  tres amigos de alquiler. Se hundió más allá de las hojas del libro de poemas inconclusos, y se durmió encima de mil clavos y un clavel, como quién busca morirse de a poco, como quién quiere cantar al revés.

Sentía tres montañas en la espalda, una rocosa hecha de errores para golpearse, una de pasto cubierta de caricias rotas para acostarse, y una de versos que no le entregó; junto con ellas tenía un puñal para clavarle más hondo sus besos, aunque con eso se hiriera el pecho y se le regara la piel; tenía tres clavos para intentar sacarla a la fuerza, doblados por la mitad y sin cabeza, tenía ciento volando y marchando, se tenía a sí mismo todavía, aunque le arrancaron la voz y le robaron el nombre, le quedaron los abriles, con sus diciembres improvisados, con sus rosas marchitas y la cama sin tender.

Ayer se acordaba que mañana se cumplía un mes, pues los días le pasan deprisa, y entre tanto freno ya van seis botellas y las venas no le aguantan tanto amor; así estuviese cubierto de ceniza manchada y jeringas en prosa, recitando su nombre se le van tres líneas y cuatro gramos, una vida entera en unos minutos, como un beso de muerte a distancia, un cohete direccionado con precisión al estómago, lanzado tres años antes por un sueño roto, abrazado por un beso mal dado y con aliento a esquina, impulsado por el caucho gastado en el brazo derecho, estallando directo en las costillas rotas, quemadas, hechas trizas en un abrazo de cristal.

Morir ya no preocupa cuando se suicidan las ideas, en un cuerpo inerte se puede oír de repente una bala desde adentro que sale por la sien, un beso tirado al vacío, un abrazo cubierto de olvido, un silencio decente que lastima, junto al ruido grosero que no deja respirar. Renacerá mañana sonriendo, pero mientras tanto de vez en cuando recordará, y sabrá que las palabras queman, tatúan e impregnan, que un veneno solo es bueno si deja viva la conciencia, como el amor en su locura, como sus ganas de morir inconclusas, y su forma de mantenerla reclusa en el fondo del alma, en las puertas del cielo con sabor a café.

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