De lo Bello de la Vida



Camine de repente, hacia un café donde solía sentarme cuando me sentía de esa forma, la música ahí dentro no reconfortaba, ni siquiera intentaba hacernos mejores, o decirnos al oído que había esperanza, era la simplicidad de lo humano, eso que encantaba y maravillaba como un bote de basura donde hay un barrote de oro, algo que no esperamos.

La mayoría de personan no entraban ahí, se sentían extrañamente deprimidos cuando tocaban fondo en una silla de madera vieja con una cerveza barata, donde nadie cree que eres distinto; pero a mí me gustaba, me sentía tan feliz al entrar en ese lugar, era casi la misma sensación de estar despierto en una cirugía al centro de tu pecho, podías ver y sentir el dolor dentro de ti, pero te satisface saber que eres frágil, o por lo menos llegarlo a creer.

Siempre divago sobre mis pensamientos, nunca llego a un fin, seguramente será porque nunca he tenido un principio. Veo el televisor viejo que intenta sintonizar una noticia de un país lejano, de esas que hacen que todos se sientan un poco menos miserables de lo estrictamente necesario, algunos hasta aceptan que se sienten aliviados de no ser negritos en áfrica, o revolucionarios en un país del cual ni el nombre pueden pronunciar; sonrió sin mover mis labios, de una forma mental, como la mayoría de cosas que hago durante el día, hace mucho intento dejar de engañarme, intento dejar de sentirme afortunado, intento pensar que cuando encontramos la simple esencia podrida de nuestro ser, encontramos una manera de soportarnos.
¡Pero en fin!, pedí una cerveza, el que atendía a duras penas abría los ojos, y sus labios solo dejaban a la imaginación las pocas veces que a la semana podía llegar a lavarse los dientes, ¿pero quién soy yo para juzgarlo? Unos minutos después la trae bruscamente y la pone sobre la mesa, en un vaso de vidrio, viejo y amarillento, con algunas pequeñas rajaduras en la sima y en el fondo, tomo un sorbo, no puedo decir que me reconforte, pero por lo menos puedo engañarme pensando que así es, soy mitómano, por eso se me facilita tanto escribir cosas, en cada letra se va un poco de mi alma, de mis mentiras y de mis engaños.

Prendo un cigarrillo, aunque al frente mío esta esa molesta indicación de "no fumar", se perfectamente que es un lugar alejado de las leyes.      Tiro hacia atrás mi cabeza, como en ese limbo mental que a veces me aqueja en medio del camino que recorro para hacer lo que hago o lo que dejo de hacer, no sé, solo es como un "coma" de  pensamientos, una muerte periférica de las ideas que hacen vomitar palabras que no se entienden, y eructar insultos con olor a cerveza; un hombre viejo, sentado en una mesa al frente, voltea a mirarme, me doy cuenta solo porque se le dificulta moverse en su propio eje, se queda observándome, pero yo no puedo dejar de mirar el techo, hasta que mi saliva se estanca en la garganta y me obliga a devolver la cabeza hacia su lugar original, el hombre mi mira a los ojos, como esperando algo, levanto una ceja, en realidad no sé qué es lo que quiere, o por lo menos no me importa, baja la mirada lentamente y mira mi mano, sigo su ruta y llego a mi cigarrillo, comprendo que es lo que quiere decirme, pero sigo haciéndome el de la vista gorda, aunque sé que las vistas nunca serán gordas, como los mares nunca serán dulces, levanta su mano con un dedo inclinado, abre su boca, y dice "aquí es prohibido fumar" y termina con una sonrisa nerviosa. ¡Como si fuera yo capaz de hacerle algo!, ese miedo de todo ciudadano tan absurdo, y después afirman que todos los seres humanos somos buenos, si así fuera, nadie tendría miedo. tomo yo un bocado de humo sabor a nicotina y alquitrán, me toco el pelo lentamente y lo vuelvo a mirar, en realidad no sé qué decirle, sale algo inconsciente, como un feto aun sin terminarse de formar que sale del vientre de su madre, de esos que se saben que serán humanos pero que aún no lo son, así mismo salió una palabra que se sabe que sería una idea, pero aún no lo ha logrado, " mundo de locos" el señor parece confundirse, se voltea, y sigue tomándose su café, inconcluso, como casi todo, inexperto como muchos, y sin fuerza como algunos. 

Mi cerveza ya casi va por la mitad, de repente pasa por mi lado una mesera, de unos 20 años, caris baja, sin lucidez en su rostro, con una postura débil y simple, pero con un algo en sus manos que me hace pensar que su ser no era tan aburrido como quería hacerlo ver, le pido un vaso de whisky, me mira sin mirarme, y saca su libreta, lo anota y dice que enseguida lo trae, el cigarro está a punto de acabarse, así que saco otro y lo prendo con la poca vida que le queda al anterior, quien sabe cuántas cosas pasan así todos los días, cuántas vidas perdidas se apagan para encender otra, como una madre con sida que muere por dar vida a un hijo que aun así morirá igual que ella....¡paradójico!, casi hermoso, aunque triste y francamente macabro. Llega con el vaso en la mano, una servilleta lo rodeaba, lo pone en la mesa, y coge el vaso de cerveza para llevárselo, pero ve que estoy fumando, se queda quieta por un segundo, y me dice con una voz tenue y casi muerta "aquí no se puede fumar señor” hace una pausa, como un espacio entre dos letras y continua “ tiene algún otro que me regale?" quedo pensativo por una fracción de minuto, no me esperaba eso, es casi como la descripción de cada una de nuestras acciones; saco la cajetilla arrugada de mi bolsillo, la abro y la dejo a su alcance, saca uno y me mira, tomo el encendedor y lo acerco a su rostro, aspira el primer puñado de cáncer y  lo saca con sus penas grises y plateadas, me agradece y me sonríe, le digo que se quede, que me acompañe en silencio, pero que me acompañe, así que se sienta y se queda mirándome; paso media hora mientras tomaba mi trago, rara vez dejamos de mirarnos, como en una conexión aurea tan perfecta como divina, en un lugar tan horrible donde se encuentra algo hermoso, y no se corrompe con la palabras, solo se embellece con  miradas. Al ver que termino, toma mi mano y la aprieta con fuerza, luego se levanta y se va con la misma postura en la que había llegado, la luminosidad de la vida se extingue bellamente entre nuestros caudales, y la vida simple seguía esperando volver a encenderse, así como cada día de nuestras vidas, había sido un momento perdido en el tiempo, un momento en el que ella me mostro su alma, y yo la acogí con fuerzas mientras desnudaba mis ojos y  los tomaba con amor, todo entre el silencio más hermoso, todo entre lo más simple de la vida, una mirada, una presencia, dos entes miserables, pero más afortunados que todos los demás; todo había terminado, no podía ser para más, así que tome mi abrigo, encendí un cigarro, y me fui.

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