Un Recuerdo



Recuerdo haberle dicho algo que le ofendió, me arrebató el cigarrillo de la boca y se puso a llorar, fue casi tan trágico como las sabanas manchadas y las botellas y cajetillas vacías, el vicio vacío siempre es doblemente triste; aun así de sus lágrimas no saldría nada nuevo, lo sabía,  por lo menos del alcohol podía esperar algunas cuantas cosas; sin embargo me detuve un segundo a pensar, pensaba en tantas cosas, que en realidad no pensaba en nada, sus quejas y lloriqueos no paraban de atormentarme, era como un preludio hacia la resaca que vendría en la mañana, aunque mucho más violenta y deformada, su voz no se acallaría con un fuerte analgésico como el dolor de mi cuerpo, así que decidí pararme, toque sus mejillas húmedas, pero aun así tan delicadas como una princesa perdida en medio de un callejón oscuro de indigentes y proscritos, muchas personas terminan así, en su palacio de aire, en su casa de cartón.

Pero ¿quién soy yo para defenderla o juzgarla? para empezar ni siquiera sabía su nombre completo, y hasta donde recuerdo, mi nombre no era el que ella pensaba, las cosas pasan por algo dirían los viejos ebrios de las cantinas, pero yo ya no estaba ebrio, ya no había licor, la luz del sol amenazaba con tocarme lentamente por entre las ventanas de la habitación. Mi ropa estaba llena de tantas cosas, que sería más amable salir desnudo que con eso puesto hacia la calle, pero ¿qué más da? no recuerdo donde vivo y ella no deja de llorar. Se tomó una pastilla de esas que hacen reír, de esas que nos hacen concentran en las luces de un faro imaginario, que termina siendo en la vulgar realidad un pedazo de lámpara rota, sin embargo es razonable volar cuando la vida no es suficiente, entre tanta basura, entre tanto toxico en el ambiente, entre lo absurdo de las calles grises, tan grises como todos nosotros, ni blancos ni negros, sin una definición de vida, sin un miedo a la muerte, sin un rumbo fijo, pero aun así grises.

Como ese momento antes de la primera gota de lluvia, ese momento de truenos donde el sol se muere y la luna se esconde; ese lugar perdido entre los matices del puerto donde todos estamos, esperando un barco tal vez, que no sabemos qué rumbo tomará, si encallará o solo quedará a la deriva entre el océano de pensamientos que nos ahoga. Como ahora se estaba ahogando ella, no encontraba agua, así que le di las gotas de whisky que quedaban en la botella  para que la pastilla pasara por su garganta. En un abrir y cerrar de ojos se encontraba dormida, apacible, como esperando que al despertar nada hubiese sucedido, o por lo menos, que no volviese a suceder; luego estaba en un bus apestoso hacia algún otro lugar, hacia algún otro bar, donde pudiera leer un libro, antes de morir otra vez en medio de la vida rosa que nos hace sonreír. No recuerdo más.

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