Un Viaje
Es la aurora la que acompaña la luz de la pantalla a unos cuantos miles de pies sobre la tierra, la velocidad, como una broma de la física se rebasa por fuera y ni se siente por dentro, es poco el espacio que se tiene en una silla de avión, es mucho lo que se vive desde aquí; La gente mira hacia un lado y hacia el otro de vez en cuando, ahora, hay pantallas hasta en las sillas de cada puesto, para que nadie tenga que mirar donde está, hacia donde va… el sonido de los motores termina siendo ameno si los comparo con los ronquidos de los que tienen la mala costumbre de dormir en los aviones, yo nunca pude, yo nunca quise, siempre me han gustado las ventanas, aunque siempre viaje de noche, la oscuridad es tenue y en algunas ocasiones deja ver figuras entre sí.
Me dirijo hacia Houston, estaré allí un par de horas para luego tomar otro avión, otra ruta, como siempre; hoy, al entrar al aeropuerto sentí lo mismo que siento cada vez que voy a viajar, una nostalgia podrida en las entrañas que me convierte en un juguete de la tristeza que me dejan las últimas gotas de memoria que tendré cuando me vaya, no importa que tan a gusto esté en un lugar determinado, que tanto me quiera ir, es mi naturaleza hacerme amigo de la nostalgia sin importar el lugar del planeta donde me la encuentre.
Empiezo a imaginar de repente una despedida llena de lagrimas, aunque todos a mi alrededor están tranquilos, la única que quiere llorar es mi madre, más que por tristeza por pura costumbre, siempre hay que llorar en los aeropuertos, sentirse bien y sentirse mal, bien porque alguien se va, mal porque alguien se queda… los aeropuertos fueron hechos para enfrentar a cada persona a lo miserable y sublime de su vida, es ahí, en esa línea antes de entregar las maletas que llevan tus tesoros y recuerdos, donde te das cuenta que el mundo realmente gira, que debes alejarte de algunos para acercarte un poco a los demás, que la vida es pequeña y el mundo muy grande, es ahí, en un mísero aeropuerto donde algunos notamos lo leve que es un suspiro y lo mucho que pesa un abrazo, es un lugar que no tiene mayor significado, y que posee dentro de sí, el más importante de todos, también es un lugar donde la tristeza se disfraza de bufón, y la vida para por un segundo antes de continuar como si nada.
Diría yo que es la entrada que cualquier poeta se imaginaría hacia el infierno, por donde salen hacia algunos de los siete niveles de la comedia aviones azules con la marca de los ángeles, ángeles confundidos por todo lo que se necesita para ser feliz, ángeles es la ciudad que acabo de dejar atrás, antes de que el sol se esfumase por entre las nubes y dejara para esta hora solo una line roja y terca que aún no quiere marcharse, una línea que nadie ve, pero que como un soldado en un pabellón, no se mueve ni se inmuta con su futura muerte.
Diría yo también que es la entrada al cielo, un cielo como se lo imagina cualquier santo, cualquier cura, cualquier puta, un cielo de bajezas que acaba siendo el más alto de los orgullos humanos, “conquistar el cielo” como si alguien viviese en él…. Hasta allí llega nuestra estupidez, pensar que este aparato ruidoso y sin virtud podría algún día conquistar el cielo, conquistar la finitud más pura de la utopía, una finitud que ya conquistaron desde hace milenios los que escriben, los que leen; Amo los aviones, pero odio todo aquello que viene con ellos, es casi como amar un rifle pero odiar las balas.
Acabo de regresar del baño, el baño de un avión, pronunciarlo ya indica sin duda cierta malicia mitológica en el ambiente, vivimos en una época donde ni siquiera se puede orinar tranquilo, pero lo que más preocupa, es la satanización de las cosas dobles, esas cosas, que son en sí mismas la representación de lo más bajo y lo más puro, un ejemplo de esto, son los cigarrillos, satanizados por cada lugar que se considera respetable, pero inquietamente puesto en cada cuadro poético del sexo, el poder y el dinero; el cigarrillo, representa todas las bondades humanas, su olor, antes de prenderse es como el de un sueño que aún no se realiza pero que se tiene cerca, como la llegada a una ciudad en una avión, siempre se cree más hermosa de lo que es cuando aterriza, así, es el olor de un cigarrillo sin prender, pálido, seco, amable, deja espacio a algún suspiro que conspira con la muerte para luego, junto el fuego, prenderse con un estallido que solo en el silencio absoluto se puede advertir, un sondo de quiebre, de despertar, esa línea recta que separa a los sueños de la realidad, un chasquillido de los dedos de un mago que despierta a su amante del coma en el cual se encontraba, un despertar del olor amable que venía tras él, aquí todo cambia, aquí se aterriza, suavemente, poco a poco, como la lengua en el vientre de mi amada antes de bajar, antes de subir el cuerpo ajeno en el éxtasis que llaman orgasmo, lo que transcurre luego de esto es casi como una carretera limpia y recta que cruza un personaje de ficción con gafas de sol, es el sueño prometido envuelto en nicotina, y con cada suspiro, un paso más hacia el final.
Es aquí donde vienen las bondades, el cigarrillo, tal y como el ser humano, al prenderse destila dos diferentes rostros, el primero, es plateado, delicado, bailarín y sofisticado, es el que viene del cigarrillo que no ha sido tocado por nada más que por el fuego, que se consume a sí mismo y se siente contento con ello, es el humo que es consciente de su muerte, que sonríe ante ella y se aleja con el viento con olor a nostalgia, la otra cara, es la gris, un humo denso, triste, casi deprimido, pero sin la virtud de la nostalgia de su antecesor, es un humo ridículo que no quiso ser humo, es lo que queda luego de la euforia de un insulto o de un golpe, es la cobardía de lo que no quiso morir por no saber vivir, es el humo en estado de coma que representa a las personas que odian volar.
Me encuentro de nuevo en el aeropuerto, esta ciudad es también fría, aunque no tanto como la anterior, es de noche y al aterrizar, es poco lo que logra distinguirse, sin embargo, no despegue la vista ni un segundo de la ventana, las luces de la ciudad me saludaban con un ligero ambiente cotidiano, los cuadros que representan la metrópolis están puestos en una simetría que roza con el caos, pero el aeropuerto es básicamente igual a todos, grande, espacioso, lleno de gente que mira a su alrededor con cara de aventura, con una gorra y una maleta en la espalda, gente que habla en tantos idiomas como dedos tienen mis manos, gente, que ha llorado alguna vez en la línea de espera donde ahora me encuentro; Lo primero que hice fue buscar café, no hay mejor acompañante ya que mis cigarrillos están muy lejos y definitivamente no hay espacio para los satanizados fumadores, es aquí, en el aeropuerto, donde todo se vuelve adecuado para la satanización de mi amado amigo de cuello blanco.
Quién conquistó el cielo debe representar su arte en la tierra, como quién dijo hablar con Dios levantó una ciudad en la mitad de Italia, en la mitad del mundo, éste arte consiste en miles y miles de sucursales alrededor de la tierra, sucursales que magnifican desde lo cotidiano el emocionante acto de viajar. Las ventanas deben ser grandes, debe verse la tierra y el cielo y en la mitad los aviones que andan por ambas, debe estar limpio, pues la suciedad representa lo bajo, y para eso no hay lugar, como tampoco lo hay para el humo.
Sin embargo, hemos puesto en el cigarrillo culpas que no le pertenecen, pues éste no es sucio ni vil, ¿qué sería del detective de los años cincuenta sin un cigarrillo en su mano mientras besa a la mujer de vestido blanco que fuma alegremente en el burdel? O ¿qué sería del asesino que espera en la penumbra a su víctima sin decir palabra si no fumase un cigarrillo y botase el humo que ilumina sus facciones sin dejar ver su rostro? Es lo divino un acto teatral que debe ser acompañado por el humo, el paradigmático humo curioso y misterioso que le da valor a quién solo es un desadaptado enfermo de salud y paz, es un grito desesperado por desgarrar la inmortalidad y escupirle como se escupe al cobarde humo gris que no quiere ser parte de la revuelta, es un grito de muerte para los elegantes, para los vestidos de seda y telas caras, pues no hay mejor cosa que el silencio de un hombre que sale de la fiesta a un callejón a confesarle al cigarrillo su presencia verdadera, mientras tras él empieza una historia, una mujer que se le acerca pidiendo su veneno; visto desde un lado puramente descriptivo, el hombre fuma tranquilo mirando la sucia calle que lo rodea, mientras en su espalda, una fiesta llena de pompones limpios lo espera, está cansado de la etiqueta, pero solo su vicio va de la mano con su elegancia, este hombre no podría salir a orinar porque perdería su virtud, sale a fumar, sale a danzar con el humo y esto es sin duda una señal más allá de lo visible; la mujer sale, lo había visto desde adentro, el cigarrillo es una señal oculta de una hermandad de muertos, ella no hubiese mirado al hombre por más de un segundo si éste se encontrase afuera haciendo cualquier otra cosa, pero el humo llego a sus ojos, el cigarrillo destila excusas, destila palabras y filosas rosas que enredan a quien no conoce bien su lengua. Visto desde la virtud de un adicto, un ser escapa de su vida, se desgarra la ropa y grita mientras quema todo lo que hay a su alrededor, golpea a su jefe, a su madre, a su esposa, escupe y defeca en todo aquello que representa una responsabilidad, la biblia, la iglesia, el trabajo, el escritorio, corre por un prado donde las risas inútiles de las gentes no es escuchan, corre hacia un gran cenicero gigante donde el pudor es solo suyo y puede hacer con él lo que le plazca, no ha dejado nunca su elegancia, su virtud, pero ahora es solo suya, ahora le pertenece a sí mismo y al humo, todo esto sucede mientras prende un cigarrillo, mientras enciende la muerte que lleva dentro de sí.
La mujer, extasiada de alcohol y con tacones que le tallan la piel y le sangran las ganas, se fija en un hombre poco convencional que no se afeita, vestido de acuerdo a la ocasión, pero puesto detrás de un espejo más pequeño de los dedos de sus pies, observa como sale por la puerta de atrás, seguramente hacia la soledad, y lo sigue, no por curiosidad sino por enfermedad, sus ojos brillan a la luz del fuego con el que quisiese quemar a todos los presentes, y ella lo sabe, ella lo siente igual, como un guerrero necesita una espada para pelear o un traidor una sonrisa creíble para trabajar, la virtud necesita de puentes para unir a dos cobardes, ese puente es sin duda, el cigarrillo…. Le pide un cigarrillo, el no duda, un fumador sabe a quién dar sus cigarrillos, a quién brindar su fuego y cómo hacerlo, prenderlo el mismo y acercarlo a su rostro, entregarlo en su mano, negarlo; él decidió prenderlo por ella, decirle con un gesto en la soledad de un callejo ajeno de belleza y estereotipia que estaban en la hermandad, que podrían ser elegantes juntos mientras morían.
Pero no todo es bello hacia el amante de cuello blanco, pues más de una vez es una brusca puta de burdel barato, es ahí donde nace la discrepancia, cuando un ser sin luz para morir con virtud se fuma un cigarrillo, ese momento molesto donde quién no debe fuma junto a ti, se nota en sus ojos, no aceptó nunca el baile, no sabe si quiera que colores tiene lo que mete por su boca, lo dejará en algún momento o lo ocultará tras un perfume, no es capaz de mantener el hedor divino de lo bajo en su pobre vestimenta, éstas personas no usan ceniceros, no se sientan a fumar mientras cierran los ojos y escuchan el sonido que consume a su poeta, no lo imaginan ni ven caras en el papel ardiente, éstas personas no mantienen en sus labios el humo, no dejan que los invada, que los hunda, que los suba hasta el Olimpo para ver que allá también los dioses fuman.
El cigarrillo, es sin duda el ancla que baja lo divino a nuestra tierra, a lo mortal, sin quitarle la gracia de la virtud, también es por otro lado, el avión que sube la basura hasta nosotros sin dejarle por supuesto la falta de elegancia, es el puente entre el bien y el mal, entre el amor y enamoramiento, entre matar o morir… el cigarrillo es lo que tiene que ser, como dice la frase “De este mundo prostituto y vago, solo quiero un cigarro en mi mano”.
La espera eterna en una aeropuerto, tanto para hacerme pensar en dejar de fumar y hacer una historia para no dejar de hacerlo, tanto para llevar dos cafés y pensar en ir por otro, tanto como para desquiciar las ganas de ver a quién se espera, no escribiría esto si no fuese por ella, ella me recuerda que sé usar las letras para armar palabras, es como una mirada distante que no cesa, que no cansa y que no acosa, una mirada que solo está allí como siempre, para siempre.
¿Si dijese mierda en un poema dejaría de ser poema? O solo sería un poema de mierda, la poesía y la mierda no parecen llevarse muy bien, pero son básicamente la misma cosa, una, por un lado es el más alto invento del hombre, el reconocimiento más pronto de que se tiene un alma, de que se tiene un camino, por otro es la mayor molestia de cualquier humano, se esconde, se olvida, pero los dos van con la misma frase, una frase poética: “Podrán no haber poetas pero siempre habrá poesía”….”Podrán no hablar de mierda pero siempre tendrán ganas”.
La sensualidad también es algo que me preocupa, se asemeja al baile del humo de plata, pero más complicado aún, es la inversa de todo encuentro con palabras adecuadamente disparatadas, es la herida de guerra en cámara lenta que centra su atención en la piel y no en el hombre, que excita con palabras suaves la mitad de las palabras fuertes, es la dimensión más real de un orgasmo que viene con la lengua, que baila, que grita, que calla, es la saliva que se desliza en la entre pierna, es un dolor que no termina y nunca empieza, es el eco de la muerte que susurra tras sus muslos que penetren sus sonrisas y destrocen su pudor, es la relación más simple entre lo sagrado de un cuerpo y la profanación de sus nostalgias, es ella en palabras, soy yo en su calor.
El viaje termina, otro aeropuerto otra vez, gente esperando, partiendo, amando. Todo en un telón encriptado que nos dice: "La función debe continuar" Así tengamos humo en vez de alma, así nos prohíban una forma bella de acabar la vida.
No te conozco muy bien, pero me encanta como escribes.
ResponderEliminar¡Gracias por leer! Un Saludo.
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