La Celda.
Ahora me encuentro encerrado en un lugar húmedo y sombrío,
donde alguna vez algún idiota vivió infeliz hasta su muerte; un lugar donde la
luz pasa tristemente por entre una rejilla sucia y llena de óxido y barro; se
oye gente ahí afuera, hablando, gritando, parecen no entender lo que había
sucedido, pero devolvamos un poco la historia, como solo las palabras pueden
hacerlo.
Siempre he creído que las letras tienen una magia inmortal,
por un lado, devuelven el tiempo hasta los momentos más oscuros de nuestras vidas,
los más bellos e iluminados también están ahí, mezclándose cautelosamente los
unos con los otros, como si fueran parte de una misma persona, aunque solo sean
parte de una misma memoria.
Hace unos cuantos días sucedió eso que les digo, la
brillantez de un día de enero frio y soleado, como solo el final de un invierno
sin forma puede ofrecernos, cubría mi cara y se deslumbraba una sonrisa cuando
me recostaba en el pasto limpio a descansar y pensar tranquilo; esa tranquilidad
que ahora anhelo como ninguna otra cosa, intentando mantener mi cordura
contando una historia que amenaza con incinerarme lentamente la vida en
fragmentos pequeños y débiles, como las esperanzas que sostengo; El día parecía
oscurecerse, como los días de invierno que terminan más rápido, pero esta vez,
la melancolía de una noche suicida se acercaba danzante sin pronunciar una
palabra, yo corría, quería llegar a mi casa y dormir hasta que el día me
despertase de nuevo y me hiciera olvidar las sombras de donde provengo, pero no
fue suficiente; cuando corría, mis zapatos se pegaban al asfalto y mis rodillas
se doblegaban frente al viento, mis manos cayeron fuertemente contra un charco
y mi rostro probo la incomodidad de una felicidad tan frágil como la mía, al
igual que el resto de cosas que me rodean, esas que se derrumban sin que nadie
pueda detenerlas, en un cuerpo fuerte que parece haber perdido las ganas de
remediar todas las cosas rotas que había dejado mi paso por una tormenta que yo
mismo provoque.
Ya me encontraba rendido, y aunque tuviese fuerza no la
habría utilizado esta vez, simplemente porque me encadene a una asfixia diaria
que me impedía gobernar mi propio ser, así que no me levante, estuve tendido en
un callejón sin salida durante varias horas, sin poder llorar, sin poder
sufrir, sin poder siquiera sonreír, carecía de cualquier cosa que me hiciera llamar
humano, mi piel se escondía entre sangre que brotaba de lugares sin heridas,
como palabras sin motivos que destrozan una vida; la magia de la noche me
susurraba en el oído, y voces dementes se acercaban y acariciaban mi pelo
mientras reían; era un “deja vu”, esto ya me había sucedido, la noche anterior,
la anterior y la anterior, y así hasta el principio de mis días, parece que hay
personas que están destinadas a rasgar su piel a diario, a gritar de rabia y
llorar de alegría, mientras su mundo se derrumba cada día y se quedan de nuevo
sola; sí, hay personas que están destinadas a estar solas, esas personas que
son distintas, esas personas envueltas en locura y maldad, en una bondad digna
de Siddhartha y una mentira tan bella como la muerte; pero algo cambio esa
noche, algo que me trajo este lugar, que carece de cualquier comodidad.
Una mano delicada y limpia se puso ante mis ojos, apenas si
podía distinguirla pues me costaba enfocar las imágenes tanto como a mi mente enfocar
las ideas; recorrí su brazo, con manto gris y negro, hasta llegar a un rostro
hasta ahora sin dueño; una mujer, delgada y recatada, su figura en tan vil
lugar tomo mi mano y me ayudo a levantar, me llevo a un lugar distinto, bello,
con olor a rosas, no pronuncio palabra y mi lengua inmóvil tampoco lo intento,
acaricio mi rostro y lo limpio con una tela blanca que en un instante paso a un
rojo impuro con polvo húmedo.
Conto su historia, bella y triste, contaba sobre su vida,
llena de lujos inmóviles y vacíos, de vestidos y cauces podridos, entendí el porqué de su presencia
en ese lugar donde me encontró, buscaba vida, en algún rincón del mundo tenía
la esperanza de encontrarla, pero en su lugar, solo encontró un cuerpo sin vida
que aun respiraba, una cara sucia llena de odio, una mirada que no dejaba de abrazarla;
No sentía gratitud hacia ella, no tenía por qué hacerlo, no me había salvado de
nada, solo se había salvado a ella misma de su miserable forma de ver el mundo,
como cualquier otra persona que en su vil forma de existencia ayuda a los demás
para ayudarse a sí mismo, para soportar su peso y no morir en una calle vacía
como yo hace poco lo había hecho; me abrazó con tanta fuerza como pudo, y mis
brazos intentaron responder, encender el fuego, me beso y vi mi vida
despertarse, sentí el arrebato de un momento innato, que no nace, que no muere,
es solo energía pura corriendo entre las pieles, acercándose a mis labios, a mi
pecho; fue corta la noche aunque tan cálida como ninguna otra jamás.
Al despertar, se encontraba abrazada a mis brazos, fundida
con mis venas, bella, como solo ella, su pelo lacio y enredado escondía su
rostro con la mayor quietud que nunca había visto, como si el cuarto donde me
encontraba estuviera exento de gravedad, de lucidez y de razón; sentí algo en
el pecho, parecía ser el corazón, que se escondía en el estómago y provocaba
una presión en mi cabeza, como un bloque de hierro hirviendo presionando mis
oídos; la solté de repente, estaba enamorado.
Me levante, camine, mire por la ventana, abrí la puerta, Salí
de allí y volví a entrar, tome su cuello delicado y con las fuerzas de mi cuerpo
lo aprisione hasta que el aire dejara de salir, sus ojos llenos de terror se
apagaron a la luz del primer día de verano; el beso de la muerte se condensaba
en sus labios, lucía hermosa.
Luego llegaron los gritos, la gente, los golpes, la celda
donde me encuentro.
No he pronunciado palabra desde su muerte, no vale la pena
explicarle al mundo, explicarle que la amaba como solo yo podía hacerlo y que por
eso lo hice, para nunca dejar de amarla, para encerrar el corazón entre
tristeza y no olvidar nunca el amor que le profesa, para besarla cada noche,
como solo la inmortalidad de la muerte puede hacerlo, como solo mis sueños dementes
pueden entenderlo; porque si la dejase vivir se perdería en el desgaste de las
fuerzas vivas del amor, porque si la dejase respirar se me iba el sueño junto a
ella, porque no soporté la idea de dejarla, aunque mi vida ya estuviese en otro
lado.
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